Capítulo 14

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Los días pasaban con una parsimonia tortuosa mientras estaban encerrados en las mazmorras. Les llevaban las sobras de la comida cada varios días, con lo que ambos habían sufrido una drástica pérdida de peso en un período de tiempo relativamente corto.

Agust le insistía a Jimin en que, si accedía a ir a su habitación cuando él lo requiriese, le daría un trato distintivo y le alimentaría más a menudo. El chico se negaba en rotundo a venderse. Afortunadamente, contaron durante un tiempo con la ayuda de Seokjin, que cocinaba para ellos y les bajaba comida a escondidas...hasta que fue descubierto y, aunque el rey no le imaginó otro motivo que la misericordia, le amenazó con cortarle la mano si volvía a tener otro gesto de caridad como aquel.

Fue entonces cuando Jimin se ofreció voluntariamente a cumplir las fantasías de su cruel amante. Regresó algunas horas más tarde y, con la leve luz que entró en la celda, Hoseok pudo ver como se le marcaban las costillas. El bailarín tenía un aspecto miserable, pero se esforzó por regalarle una sonrisa a su compañero de encierro. Le ofreció un pedazo de pan y un poco de carne. Hoseok trató de negarse, porque sabía el precio que Jimin había pagado para conseguir aquello, y no pretendía aprovecharse. No obstante, los rugidos de su estómago lo delataron.

-No tenías por qué...-dijo Hoseok, engullendo el trozo de pan rancio como si fuera el manjar más exquisito del mundo.

-Sí, tenía que hacerlo. Y además, no importa. No es como si no lo hubiera hecho millones de veces ya-repuso Jimin, encogiéndose de hombros.

Sí que importaba, quiso replicar Hoseok, aunque apenas tenía fuerzas. Era consciente de que, para Jimin, el constante abuso físico y psicológico que sufría por parte de Agust se había convertido en una costumbre, una parte más de su día a día. Pero importaba, claro que importaba. Nadie se merecía ese trato inhumano, nadie debía verse obligado a hacer lo que fuera que hubiera hecho Jimin para ganarse unos míseros restos de comida.

Y menos aún en la condición en que se hallaba. Le dolía todo el cuerpo por los golpes de fusta y apenas era capaz de sostenerse en pie, por las heridas y por el hambre. Por las noches, más que dormirse, se desmayaba en la oscuridad. Tenía pesadillas, y Hoseok lo escuchaba gritar porque, por muy cansado que estuviera, no lograba conciliar el sueño.

Al principio de aquel encierro, confiaba en que acabaría saliendo de allí de algún modo, pero los días pasaban e iban agotando su paciencia y su optimismo. Había días que quería luchar y otros que, simplemente, quería que todo terminase. Incluso el sol quería apagarse en ocasiones.

No hubiera sido una exageración decir que ambos se mantenían fuertes por el otro, casi más que por sí mismos. Jimin compartía con él los pocos privilegios que le otorgaba Agust, y Hoseok trataba de consolarle y hacerle ver que habría vida después de aquello, incluso si él mismo no estaba del todo convencido.

Aquel día, después de probar la carne que tan cara le había salido, Jimin tuvo una especie de crisis nerviosa. Se derrumbó entre sus brazos, llorando. Hoseok le sostuvo con las pocas fuerzas que le quedaban. Lloraba mucho, pero lo cierto era que nunca le habían faltado razones para hacerlo. La vida nunca le había dado un respiro y, en cierto modo, ya había pagado por sus pecados. Sus sollozos hicieron estremecerse a Hoseok.

Pegó su frente a la de Jimin, sosteniéndole por los hombros con delicadeza. Los dos se sentían vulnerables y perdidos, y sus rostros estaban tan cerca que, en medio de aquella completa oscuridad, sentían la respiración del otro casi en la boca. Hoseok cubrió de besos las mejillas húmedas de Jimin, pero se separó al instante una vez sintió sus labios demasiado cerca.

The king and the dancerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora