Capítulo 14. Forbidden love

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El fresco de la mañana rozó con dureza las mejillas de Serena, el olor a barro mojado invadió su sentido del olfato, mientras los cascos del caballo levantaban la tierra conforme avanzaba raudo abriéndose paso por el bosque.

Hubo un momento en que la rubia se sintió temeraria sobre el imponente animal. Venciendo sus miedos. Sin embargo, cuando el terreno se empezó a volver sinuoso, se aferró con más fuerzas al esculpido pecho de Seiya, hundiendo su rostro en el, clavando los dedos en su torso, como si la vida se le fuera en ello. Aunque, eso no la privó de deleitarse al sentir los contornos de los músculos del azabache por sobre sus ropas.

—Ya vamos a llegar —anunció el joven.

Y Serena se preguntó nuevamente, que se traía Seiya entre manos.

Aquella mañana el azabache llegó con la novedad de que iba a “raptarla”, lo dijo con tal soltura y descaro, que antes de que Serena pudiera reaccionar ya la tenía en brazos. Dejándose hacer sin oponerse en lo más mínimo, a decir verdad, no se le podía resistir mucho. Empezaba a necesitar su cercanía como el mismo aire para respirar. El tiempo junto a él era dulce e inesperado.

Habían transcurrido apenas un par de meses desde que inició su tórrido romance, y aunque Serena supuso que a esas alturas ya estaría consumida por la culpa, ciertamente nunca se había sentido más viva, ni más plena. El amor tenía efectos simplemente maravillosos en ella.

Incluso Amy le había comentado que la veía diferente.

«Pareces deslumbrar, Serena. Hasta te veo más chapeada.»

Y al pensar en ello, no pudo evitar ruborizarse e inspirar el aroma que despedía Seiya de forma natural, era una fragancia dulce, afrutada quizás. Como el albaricoque o tal vez… el olivo.

Serena estaba tan abstraída en sus propios pensamientos que no advirtió cuando el caballo detuvo su marcha.

Seiya desmontó ágilmente y después tomó a Serena por la cintura ayudándola a descender del corcel. Una vez sus pies tocaron el suelo, el joven le cubrió los ojos con sus manos y le susurró al oído:

—Te tengo una sorpresa —Serena solo pudo escuchar los latidos de su propio corazón en sus oídos, mientras la piel se le erizaba al percibir la cercanía de Seiya—. ¿Lista? —preguntó antes de deslizar sus manos.

Lo primero que percibió la chica, fue una destello dorado que se entremezclaba con el azul índigo del agua. Frente a ella se extendía un extenso lago. La visión le pareció surrealista en primera instancia, pues el lago parecía un espejo de agua que tocaba el cielo de la mañana.

—Se-Seiya —suspiró cubriendo su boca con las manos. Jamás hubiera imaginado que existiera semejante belleza en Black Moon, pues no era una tierra con muchas fuentes de agua dulce (de ahí en gran medida la importancia del acueducto).

—Sabía que te gustaría —dijo Seiya con falsa modestia abrazándola por la espalda.

Serena no pudo evitar reír un tanto divertida. La desfachatez de Seiya le parecía increíblemente seductora.

El joven recargó su mentón en el hombro de la rubia, sintiéndose un poco orgulloso y feliz. Hacía unos días, Serena le había hablado de su natal Milenio de Plata, de sus numerosos y extensos lagos y de lo feliz que había sido en compañía de su hermano, de los gratos recuerdos que atesoraba. Habló con tanta melancolía y nostalgia del lugar, que él quiso verla feliz. Quiso regresarle un poco de la felicidad que ella le producía.

Serena se separó de Seiya y como si estuviera presa de un influjo, cerró los ojos y levantó los brazos al cielo, extendiendo sus palmas; llenándose del fulgor del sol. Comenzó a girar sobre su eje mientras escuchaba el suave vaivén del agua y los chapoteos de las patos.

La Reina infielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora