Capítulo 1.

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La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran.

"El hombre nace bueno, pero al relacionarse con la sociedad se corrompe". Esas fueron las palabras del filósofo Rousseau, aunque hay otros que dicen que el hombre nace malo por naturaleza, y que la sociedad lo corrompe más. Pero aunque digan diferentes cosas, todas se refieren al mismo punto, el hombre es malo por excelencia.

Pero siempre me he preguntado qué es lo que se considera malo ante los demás. Yo considero que seguir tus propios intereses no está mal, las personas con dinero han llegado a donde están por su avaricia; las personas que están en la alta política son exitosos por sus insaciables ansias de poder. Pero todo en exceso está mal, tu libertad como persona termina donde la del otro comienza.

Ahora supongamos un caso hipotético en el que tu vida está puesta en peligro por culpa de otra persona. Basándonos en la tercera ley de la robótica hecha por el escritor Asimov y aplicándola en ámbito más humano, se podría decir lo siguiente: Un humano debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con hacer daño a otro humano. Pero, ¿es esto posible?, decenas de guerras han sido la causante de miles de muertes de humanos, y solamente para defender las ideas de un bando sobre los demás. Si una guerra se peleara bajo tal ley, iniciarían y terminarían con el diálogo entre los dirigentes de una nación.

Es triste ver cómo hay personas que luchan por sus vidas en el campo de batalla, sólo para defender ideas de una nación a la que tal vez nunca le tomaron un cariño por el cual serían capaces de defenderla con su propia vida. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, miles de hombres provenientes de las colonias francesas viajaron hasta Francia para pelear por una nación que nunca conocieron, y qué ocurrió al final, los hombres negros y no franceses fueron echados de las filas del ejército y los regresaron a su país de origen, pero nadie les agradeció por sus enormes sacrificios al país.

Y sabiendo todo eso, volvamos al presente. Alguna vez hubo un chico y su mejor amigo, que durante la Tercera Guerra Mundial, quisieron pelear por su país, consiguieron identificaciones falsas porque al no ser mayores de edad, no podrían enlistarse, lograron entrar al ejército, y después de varios meses de capacitación militar, los enviaron a pelear al frente, donde vivieron un infierno. Al final, la guerra se convirtió en una de desgaste, donde se peleó en muchos frentes en trincheras hasta que quedara un solo vencedor. Los altos mandos del Imperio, la nación por la que pelearon esos chicos, decidieron hacer un fuerte contraataque en el frente donde estaba el chico y su mejor amigo. Pero para llevar ese plan a cabo, tenían que retroceder mucho para reunir a la fuerza principal, pero el enemigo podría tomar el período de retirada a su favor y seguir a los soldados que retrocedian, para evitar eso, decidieron que un grupo de soldados haría una ofensiva sobre las trincheras del enemigo, entre ellos, estaban esos chicos jóvenes e inexpertos.

....

De pronto, se escuchó el silbato del oficial en jefe y todos salieron de la trinchera. Armados con fusiles de asalto y subfusiles, corrían hacia la trinchera enemiga, que se defendió muy bien. Torretas desplegadas a lo largo de la trinchera disparaban hacia los soldados que llevaban la ofensiva, sin tener un lugar en donde cubrirte por culpa de la devastación en el campo de batalla, solo podías rezar para que ningún soldado te pusiera en sumira.

El chico y su mejor amigo lograron llegar a la trinchera y defendieron su posición sin temblar. Cuando pensaron estar a salvo, bajaron su arma, y al hacer eso quedaron indefensos y uno de los dos recibió un disparo en la cabeza por parte de un soldado enemigo.

El chico tomó a su querido amigo que iba a caer al suelo, con mucho enojo y rabia, sacó su pistola de su funda y rápidamente le disparó al enemigo mientras llevaba el cuerpo de su difunto amigo en su brazo. Dejó el cuerpo de su compañero en suelo y con su mano cerró sus ojos. Todos sabían que la orden que tomaron los altos mandos se definía en sacrificar vidas de peones en el frente para lograr un mayor ataque. Lleno de enojo, el chico se dispuso a barrer la trinchera enemiga, recibiendo varios disparos que no les tomó importancia. Al final, sólo quedó él y algunos soldados, que no celebraron su victoria, sólo se sentaron contra la pared, sin decir nada, tristes y molestos por lo que había ocurrido.

Larga Vida al ImperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora