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Olivia siempre fue una Kook, aunque ella no se sienta orgullosa de admitirlo.
Desde que su segundo cumpleaños, sus padres creyeron que sería buena idea que se integrara con el resto de niños mimados de "El lado puro y angelical" de Outer banks, grave error.
A los 6, su madre empezó a vestirla con vestidos y zapatos brillantes como si se tratara de la princesa de España, y no por gusto propio, sino para juntarla con chicos "agradables y bondadosos" como Rafe o Topper (antes que Sarah se adelantara).
A los 8, cada uno comenzó a trabajar fuera de casa y cuando estaban juntos, se ocupaban de mantener la imagen pulcra y respetada de la familia.
Y por fin, a los 10, su hermana Sophie se convirtió en la nueva "rata de laboratorio" de la familia, y Olivia conoció a los chicos de "El lado oscuro y desastroso" de la ciudad, los Pogues. Aunque por más del esfuerzo de todos los miembros de la Alta Sociedad en decirle que tenía que relacionarse con personas pertenecientes a una buena familia de gran apellido, ella prefirió juntarse con personas nobles y arriesgadas.
Y fue ahí cuando ella se dio cuenta que no quería ser una Kook, ni una copia de Paris Hilton.
Sí, quería tener un buen futuro y vivir en una linda ciudad, pero también quería ser libre y equivocarse sin que los demás se lo recuerden, y si conseguirlo implicaba involucrarse en la búsqueda de un barco y de 100 millones de dólares, Olivia estaba dispuesta a asumir ese riesgo.
