27. Somos una familia encantadora

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El momento habría sido perfecto si mi padre hubiera tocado la puerta antes de entrar y yo hubiera tenido tiempo de quitarme de encima de Mam

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El momento habría sido perfecto si mi padre hubiera tocado la puerta antes de entrar y yo hubiera tenido tiempo de quitarme de encima de Mam.

Pero las cosas no sucedieron así. Debido al susto, empujé a Mam e hice que cayera de la cama. Él se hizo un lío con las sábanas y las arrastró consigo, provocando que también cayeran al suelo todos los objetos que había encima del colchón, incluidos mi teléfono y las almohadas.

Además, reaccioné demasiado tarde, y no fui capaz de ocultar la herida de mi cuello, ya casi cicatrizada y similar a un rasguño.

Mam no se atrevía siquiera a moverse. Yo sentía que mi piel se iba tornando cada vez más roja. Y mi padre nos observaba impactado, con la boca abierta a causa de la sorpresa.

Su mirada saltó de Mam a mí, y se detuvo especialmente en mi clavícula.

—Puedo explicarlo —farfullé.

«¡Mam, di algo, detén el tiempo..., yo qué sé!».

—¡¿Qué tienes en el cuello?! ¡¿Qué hace el extranjero en tu cama?! ¡En tu cama, Valentine!

«Padre, te juro que ahora mismo el último de mis problemas es qué chico tengo entre las piernas», pensé. Pero tuve la prudencia de no decirlo en alto.

—Espera —interrumpí—. Es peor de lo que crees, digo..., mejor. ¡Es mejor!

—Por el diablo —murmuró Mam, aún en el piso.

—¡¿Qué dijiste?! ¡Mayoneso, levántate! —le gritó mi padre.

—Señor, le prometo que se está confundiendo.

—Pues espero que me aclares todo en la cena. Quiero saber qué intenciones tienes con la sangre de mi sangre.

Me iba a morir de vergüenza.

—Él no va a aclarar nada, papá. Ni siquiera nos conocemos.

—Pues es el primer desconocido que invitas a una pijamada. Y yo tengo un sexto sentido para estas cosas.

—No lo tienes, no eres el hombre araña.

—Ya lo veremos.

Cerró la puerta como si nada.

Apenas acababa de salir cuando entró Levi, con el aura tan pesada como siempre. Las luces del cuarto se apagaron, pero nadie se extrañó; sabíamos que le gustaba la oscuridad. Soltó un quejido antes de arrojarse sobre la silla del escritorio. El cabello se le desparramó sobre los ojos.

Mi teléfono no paraba de recibir notificaciones. Debía de ser Agus. Y, a juzgar por la insistencia, debía de ser algo importante. De hecho, empezó a llamarme unos segundos más tarde.

Busqué mis auriculares sin dejar de prestarles atención a los chicos; fingiría que hablaba con Dania hasta que pudiera escaparme al jardín. No quería dejarlos ahora que habían empezado a mostrarme sus verdaderos sentimientos, pero Agus era más importante.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora