p r ó l o g o

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— Hajime Iwaizumi —

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— Hajime Iwaizumi —

Un tercer suspiro escapó de sus labios y dejó que su mirada volviera a perderse en el techo de hormigón que abovedaba la celda donde llevaba confinado casi tres días. Había pasado tantas veces por ahí que se había familiarizado con los muelles del catre donde se encontraba, los cuales se le clavaban en la espalda y rechinaban bajo el peso de su cuerpo.

El intenso sol del mediodía se abría paso a través del ventanuco que se encontraba a sus espaldas, rompiendo la penumbra que solía asediar la celda. Él estiraba el brazo hacia el techo y movía los dedos, observando las sombras que se proyectaban en la pared que había frente a él. El aburrimiento era su única compañía desde el momento en que la policía lo había encerrado en aquel agujero, y aunque había esperado salir de allí poco después, su estancia se estaba prolongando mucho más de lo deseado. Mostró el dedo del medio y se recreó en la silueta de su imagen en la pared. Sonrió de lado.

El súbito sonido del pestillo de su puerta lo puso en guardia, y el muchacho se incorporó rápidamente sobre el camastro, los pies apoyados en el suelo y la mirada verde clavada en la entrada.

Reconoció el rostro malhumorado de su carcelero, Curtis, un hombre de unos cincuenta y pico con el que podría haber entablado una buena relación si no fuera por su hostilidad hacia todos los que pisaban aquel antro. El tipo le lanzó una mirada arrogante, paseando aquellos ojos hundidos sobre el joven que lo observaba expectante desde su lecho.

— Tienes visita— se limitó a decir, y le hizo un gesto con la mano para que se pusiera en pie.

El chico frunció levemente el ceño. La única persona que se molestaría en ir a visitarlo era la misma que se había negado por teléfono a pagar su fianza, y era consciente de que estaba lo suficientemente cabreado como para abandonarlo en aquel agujero hasta que aprendiera la lección de una buena vez.

Dos de los carceleros lo escoltaron por los pasillos hasta la sala de visitas, presididos por Curtis, quien caminaba frente a ellos a paso tranquilo mientras descansaba la mano derecha en la porra que colgaba de su cinto. El muchacho se dejó arrastrar hasta el umbral que lo separaba de la sala, impulsado por la curiosidad que había ido echando raíces en su pecho a medida que había ido dejando la celda atrás.

Su destino era una habitación ancha y bien iluminada donde se distribuían dos largas filas de mesas y sillas de plástico, formando un pasillo principal. Durante los domingos por la mañana, un suave murmullo animaba la sala, haciéndola algo más acogedora, pero aquel día no entraba dentro del horario de visitas y la habitación estaba vacía y en silencio. Solo dos hombres que esperaban sentados en una de las mesas del fondo desencajaban en aquel escenario.

El muchacho reconoció el rostro de Nobuteru Irihata, el jefe de policía de su distrito y quien se había convertido en lo más parecido a un padre para él. Sin embargo, ese día no conservaba aquella sonrisa risueña y enternecedora que tanto lo caracterizaba: se mantenía serio, observándolo con una mirada insondable y de brazos cruzados, como si estuviera preparándose para darle una buena reprimenda. A su lado, un tipo trajeado buscaba algo en el interior de un maletín que traía consigo.

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⏰ Última actualización: Oct 08, 2020 ⏰

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