Capítulo 22

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Punto de vista de Link

Había sido una completa idiotez; eso estaba claro. Pero no me quedó otra opción. Era matarlos a ellos, o que ellos me mataran a mí y, en consecuencia, también a Zelda. Y no podía permitir que eso ocurriera.

—No deberías haber cargado contra todos esos monstruos, Link —me reprendió Zelda mientras entrábamos en su laboratorio—. Fue una enorme temeridad.

Miré a mi alrededor, incapaz de ocultar mi curiosidad. En su laboratorio, Zelda tenía estanterías repletas de libros; algunos eran tan antiguos que ni siquiera podía leerse el título. Las paredes estaban cubiertas de notas y dibujos.

—No es lo más temerario que he hecho —respondí, encogiéndome de hombros.

Ella apartó unos papeles de la mesa antes de girarse para encararme.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es la mayor temeridad que el gran héroe Link ha cometido, si puede saberse?

—Sacar la Espada Maestra —se me escapó.

No había querido decir aquello.

Desvié la mirada y la clavé en el suelo. ¿Qué pensaría ahora de mí?

Zelda guardó silencio durante unos instantes. Luego, para mi sorpresa, dejó escapar una pequeña risita.

—Supongo que eso tiene sentido. —Sonrió—. Siéntate ahí. Vamos a ver esa herida.

Obedecí y tomé asiento en el lugar que ella me indicaba. Quedamos el uno frente al otro. Me remangué las mangas de la túnica hasta el codo después de deshacerme de los guanteletes. Zelda colocó una de sus manos sobre mi brazo. Sus dedos eran suaves y... y cálidos.

—No es muy profunda —murmuró al tiempo que examinaba los cortes—. Pero aun así, lo que hiciste no estuvo bien.

—Ya lo sé, capitán.

—¡Hablo en serio, Link! —exclamó, a pesar de que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no sonreír—. Ni se te ocurra volver a hacer algo así. No vuelvas a asustarme de ese modo. Prométemelo.

—Pero si no pasó nada...

—¡Prométemelo!

—Diosas, está bien. Te lo prometo.

Ella asintió, satisfecha.

—Te lavaré eso y luego lo vendaré —anunció, señalando los cortes de mi brazo.

—Puedo hacerlo yo.

—¿Y?

Suspiré y acepté mi derrota.

Zelda se puso en pie y comenzó a rebuscar en sus estanterías y armarios, hasta dar con un frasquito que contenía un líquido de color transparente en su interior.

—Es agua de las fuentes sagradas —me explicó mientras se sentaba de nuevo—. Hemos descubierto que también poseen propiedades curativas.

—Oh.

—Te dolerá un poco.

—Da igual.

Ella alzó una ceja tras escuchar mis palabras. Y, sin darme tiempo a hacer o decir algo más, vertió el contenido del frasco sobre mi herida. Estuve a punto de sisear de dolor pero, como las Diosas Doradas me sonreían aquel día, logré contenerme.

—¿Te ha dolido o no? —preguntó Zelda cuando por fin terminó.

—Puede —me limité a responder.

Soltó una carcajada.

—Olvidaba que al valeroso elegido hyliano no le duele nada.

—Exacto.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora