Grábame como un sello sobre tu corazón;
llévame como una marca sobre tu brazo.
Fuerte es el amor, como la muerte,
y tenaz la pasión, como el sepulcro.
Como llama divina
es el fuego ardiente del amor.
Cantares 8:6
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El reloj redondo, polvoso y color azul oscuro que pendía de un clavo situado por encima del escritorio de la entrada marcaba las tres de la tarde. Era justo la hora que Lidia esperaba con buen humor. Allí iniciaba el exquisito momento en que un nuevo caso se abría. Conforme fue adquiriendo experiencia, esa parte y el cierre, se convirtieron en lo mejor de su trabajo.
Lidia Castelo era una mujer soltera de treinta y cuatro años que estaba convencida de que no fue hecha para conocer el amor romántico. Y, a pesar de que se consideraba atractiva, no se permitió caer en las "asfixiantes" redes de una relación durante su juventud. Si bien tuvo algunas parejas, estas terminaban en poco tiempo debido a su falta de interés y compromiso. Por eso, se enfocó por completo en sus estudios y dejó a un lado la necesidad de un compañero. Necesidad que se hacía cada vez más molesta con el paso de los años. Quizá esa era la razón por la que se entregaba de lleno en su trabajo como abogada.
Ella realizó sus prácticas profesionales en un bufete de abogados experimentados en el que fue muy bien recibida por sus excelentes notas. Luego pasó a ser asistente apenas se graduó. Desde entonces, fue testigo de innumerables casos en los que la misericordia, la lástima, e incluso la razón no eran partícipes ni invitados por error. Todos esos casos aterradores se clasificaban con distintas descripciones, pero los que más la apasionaban eran los que tenían el homicidio como protagonista.
Entre algunas de las historias que más recordaba, solo por poner ejemplos porque la lista se volvió demasiado amplia y espeluznante, estaban el de la madre que envenenó a sus hijos para castigar al padre infiel; aquel drogadicto que apuñaló a un anciano en la calle para robarle dinero y comprar más marihuana; el del adolescente atropellado por orden de los padres de la chica a la que lastimó; el del sicario protegido por el mismo gobierno que levantó un dedo y las cabezas rodaron; la niña que asfixió con una bolsa de plástico a su hermano pequeño porque sentía celos de él... Fuera como fuera, todas y cada una, pese a sus diferencias, dejaban a su paso solo dolor y duelos que quizá jamás sanarían.
Lidia llevaba ya más de doce años ejerciendo. En los últimos cinco su fama creció como la espuma después de llevar el caso de una mujer asesinada por un político. Caso que otros colegas desecharon por considerarlo imposible de ganar. Incluso los medios de comunicación le dieron seguimiento hasta la sentencia. Que le tocaran cuarenta y cinco años de prisión al hombre le pareció poco para la horrible forma en la que le arrebató la vida a una mujer inocente.
Nunca lo decía en voz alta, pero a la hora de elegir sus trabajos, Lidia mantenía un especial interés por aquellos donde el asesinato violento estaba incluido.
Era raro que se sintiera tensa antes de presentarse con un cliente nuevo, en especial cuando el caso era tan "predecible". Por eso, decidió ignorar la tensión que la recorrió de pronto y se levantó decidida. Se acomodó la falda del traje sastre y se abotonó el saco.
La silueta de su cuerpo alto y delgado fue ennegreciéndose al adentrarse al corredor, y los tacones de sus zapatillas resonaban cadenciosos con cada paso.
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Ella es el Asesino ©
ParanormalLidia Castelo, una abogada de renombre, se enfrenta a uno de los casos más enigmáticos de su carrera cuando es contratada para defender a Ámbar Montero, una joven acusada de homicidio. Ámbar afirma que la víctima no era un humano, y que una fuerza m...