Capítulo 10: Se Acabó la Fiesta.

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«Maldita sea, ¿por qué tuvieron que dejar los baños tan jodidamente lejos? Pero sobre todo, ¿por qué carajo Alex me tiene que arrastrar hasta acá siendo que pudo contármelo en privado allá atrás?» pensamientos como estos rondan en la cabeza de Eddie ya llegando al lugar de encuentro— ¿Hola? —chifla— ¿Alex, sigues aquí? —mira a su alrededor—. Y más te vale que lo estés y no me hayas hecho caminar hasta aquí por nada —murmura en voz baja. «¿Dónde se habrá metido este imbécil?» se cuestiona, apoyándose sobre la puerta de uno de los seis baños químicos en conjunto.

Su cabeza voltea de izquierda a derecha tratando de visualizar a su amigo, al mismo tiempo que se da un trago de su bebida alcohólica. Pero entonces, un sonido parecido al roce del metal se hace presente en las afueras de los sanitarios, hecho que saca al joven de sus pensamientos y a la vez ocasiona la caída de su vaso de cerveza a la arena.

—¿Alex? —se despega con extrañeza de la puerta, y comienza a recorrer paso a paso por las esquinas hacia la parte trasera de los baños, encontrando únicamente soledad ahí—. Ya sé —se dice con una voz cautelosa, al mismo tiempo que saca su celular y marca el número de su amigo.

El repique del celular de Alex se logra oír algo cerca, acompañado de una especie de eco. Guiado por el sonido, Eddie camina de regreso al frente de los sanitarios, para acto seguido, avanzar de forma lenta por cada uno de ellos.

—¡Oye, si estás ocupado con tus necesidades está bien, pero al menos da señales de vida! —sugiere a medida que recorre por cada puerta, sintiendo el aumento del sonido.

Así continúa, hasta que se posa sobre la puerta del último baño, donde con mucha claridad, puede escuchar dentro de este el repique rodeado de un eco.

—¿Entonces, cuánto te falta? —golpea la metálica puerta azul—. Escucha, si me hiciste venir aquí, al menos toma responsabilidad y dime para qué —reclama el joven, sin obtener respuesta, pero sobre todo, aún oyendo desde afuera ese repique sin cesar—. Alex, ¿estás bien, bro? —golpea de nueva cuenta la puerta, haciendo que esta se abra un poco y deje notar algo del interior—. Voy a abrir, viejo —avisa mientras coloca su palma en la puerta, empujándola muy despacio.

Ya para cuando la abre por completo, nota que está totalmente vacío el interior de ese baño. Sin embargo, al bajar la mirada nota un objeto encima de la tapa del inodoro. Confundido, el castaño se acerca de manera pausada, para en un instante darse cuenta de que se trata del celular de Alex, aún sonando.

—¿Pero que demoni... —antes de completar la pregunta, un objeto lo atraviesa de la espalda al estómago. Abre los ojos de par en par y suelta el teléfono de su mano, el cual termina con el cristal de la pantalla quebrado en el impacto contra el suelo.

Eddie siente algo en la garganta que lo hace escupir, sacando varios líquidos rojos. Babeado en sangre y con un dolor indescriptible, el chico baja su mirada hasta posarla en el objeto que lo atraviesa: dos largas hojas de machetes separadas muy ligeramente una de otra.

En un abrupto movimiento, el machete doble sale del cuerpo del adolescente, quien alterado, se tapa con desesperación la herida del estomago.

Una mano con un guante negro lo agarra con fuerza del hombro y lo hace girar. Pero antes de que la víctima pueda siquiera ver la apariencia de su atacante, este último sujeta frente al joven un frasco de spray de pimienta y se lo rocía en los ojos.

Con la brecha de la espalda al estómago, más el ardor de sus ojos, Eddie apenas logra emitir un chillido debido a su estado.

El asesino coloca sus dos manos con guantes sobre el cuello del adolescente y lo empuja hasta sentarlo en el retrete. La víctima intenta zafarse con inutilidad entre lágrimas mientras su cuello se aplasta. Lo único que puede hacer es ver una nublada mancha negra arrebatarle su oxígeno.

El Caso PuzzlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora