Venganza

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Días después de lo ocurrido, Leo se encontraba un poco mejor aunque no se podía mover mucho de la cama del hospital y creo que eso era lo que más le molestaba. En un inicio todo fue de lo más cómico ya que, no sabíamos como y donde iba a dormir y cuando llegó a mi casa, decidí que lo mejor era que él estuviera en mi cama y a él, a pesar de parecer algo avergonzado, no obtuve queja de él. Durante días, en mi casa hubo demasiado revuelo ya que iba y venia mucha gente y precisamente mi ex-mujer, no era. La mayoría de personas eran mi hermana, mi hija, mi abuelo, Eliot, Gabri, su esposo Fran, un hombre grandote, bonachón y pelirrojo, sus hijos, unos hermosos pelirrojos que se hicieron amigos de Marta y Rene. 

Al principio nos estábamos divirtiendo y gastando bromas un poco pesadas pero al cabo de los días, la vena de Leo comenzaba a hincharse y eso, por lo que sabía, era algo realmente malo. También, aparte de las excesivas visitas y los comentarios, Leo se mostraba terriblemente arisco a la hora de moverse ya que, tenia que pedir ayuda para muchas cosas y eso era algo que le reventaba por dentro. Dado al comportamiento ese, o por lo menos esa es la excusa que recibí, mi hermana y mi abuelo se fueron a casa del último. Ellos decían que era por la recuperación de Leo pero, algo me decía, llamarlo intuición, que no era por eso.

Un día, mientras intentaba que no se le cayera la comida de la cena encima de la cama, viendo que fue un intento fallido, lo tiro todo al suelo como si fuera un niño pequeño, vi que ponía una cara enfadada demasiado adorable para ser verdad. Sonriendo de manera comprensiva, me senté a su lado mientras acariciaba su cabeza mientras sus orejas de lobo seguían estando a la vista.

-¿Estás más tranquilo? -dije esbozando una sonrisa.

-Siempre he sido un hombre tranquilo -dijo aunque yo no me lo creí.

-Claro.

-Solo que...Quiero recuperándome rápido y poder moverme de la cama.

-Bueno, siendo sincero, desde que saliste hasta ahora, has dado un gran paso -fui algo optimista.

-Si, moviendo los brazos -dijo con ironía.

-Podría ser peor. Podrías haberte quedado en silla de ruedas o...

-Si, ya se -dijo él soltando un bufido exasperado.

-Ahora -acariciando su cara con las manos- Duérmete. Yo voy a fregar y enseguida vengo aquí.

-¿Puede venir Marta? -preguntó mirándome a la cara y yo besé esos carnosos labios que eran demasiado tentadores.

-Está bien.

Levantándome, mientras volvía a darle otro dulce beso, comencé a recoger el estropicio y aunque vi como él me miraba apenado, yo le esbocé una sonrisa. Saliendo de la habitación, con la mayoría de los trozos recogidos, vi que mi hija se estaba quedando dormida en el sofá.

-Ratona -ella me miró- A Leo le gustaría que durmieras con él.

Viendo como su rostro cambiaba de expresión se acercó a mi y dándome un beso en la mejilla una vez que me había agachado, ella fue hacia la habitación con una intensa alegría. Sonriendo otra vez, tiré todo lo que Leo "accidentalmente" había roto y rescatando lo que había sobrevivido, cogí el cepillo y la fregona y yendo a la habitación, fui a recogerlo cuando de pronto, me encontré con algo que me enterneció profundamente. 

Marta se había quedado dormida en el pecho de un Leo también profundamente dormido. Cogiendo mi móvil, hice algunas fotos, como unas 50, ya que era una escena que si merecía la pena. Recogiendo lo que había en el suelo, las llevé a la cocina. Lo tiré y mirando la pila de platos para fregar, decidí que podría hacerlo mañana ya que, en ese preciso instante, no me apetecía. Volviendo a la habitación, miré los cuadernos y dándome la tentación para leerlo, me retracté aunque, por una parte si lo quería. Cogiendo el cuadernos que estaba leyendo y las gafas, me senté en una silla y mirando tanto a Leo como a mi hija, antes de enfrascarme en la lectura, me encogí de hombros.

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora