La oficina

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Una nueva mañana, aquella nublada por desgracia, amaneció y yo abrí los ojos con pereza. Por un momento recordé todo lo que había vivido en el último año. Me había cambiado de trabajo pues no soportaba la idea de ver al desgraciado de Javi que no le bastó solo con decirme que se había desenamorado de mí sino que además me confesó infidelidades. Es que aquello fue lo que más me dolió. Sé que habrá mucha gente que no lo entenderá, pero si alguien te deja de querer, ¿es necesario que te clave más el puñal diciéndote que encima se ha acostado con otras?

Tras aquel mal momento me embarqué en un nuevo camino, uno novedoso y algo pedregoso pero que me haría muy feliz. Mi amiga Alba me recomnedó a la empresa en la que actualmente estaba trabajando. Tras casarse con el jefazo de mi antigua empresa dejó de estar tan activa aunque desde casa seguía muy pendiente de que todo funcionara bien ayudando a Esteban, el gran amor de su vida del que se enamoró en un Starcbucks. En el fondo le tenía un poquito de envidia. Había conseguido encontrar a una persona maravillosa que la miraba como si fuera lomás preciado que tenía. Eran una pareja de moda en los círculos sociales de los famosos y tenían una niña preciosa. A ella no le gustó la ida de irme pero cuando le conté el motivo le faltó tiempo para ayudarme. Se llegó a plantear despedir a Javi, pero le pedí que no lo hiciese ya que no era mi intención aprovecharme de nuestra relación personal y sé que a él le hacía falta el trabajo. Aunque Alba no le entendiera no le deseaba ningún mal. Nuestra riptira me provocó insegrdades que creia enterradas pero con ayuda de mi psicólogo y el cariño de mucha gente salí adelante. Dejé de dormirme llorando y de sentir que quería morirme para volver a enamorarme de mí misma, a ponerme a mí por delante de todo y de todos.

Tras ducharme y tomarme un café bien cargado me vestí con un traje de pantalón negro y camisa roja, y salí a coger un taxi que me llevase a la oficina. Ir todos los días subida en unos tacones no facilitaba el llegar al trabajo. A veces los llevaba en la mochila mientras caminaba con mis deportivas al más puro estilo americano, pero ese día estaban aun mojadas tras echarlas a lavar el día anterior. Sonreí al leer un mensaje de mi madre que me recordaba que comíamos juntas ese mediodía. Le contesté con varios emoticonos a lo que ella me respondió con mil más y es que le encantaba hacer eso. Las conversaciones con ella jamás tendría fin si por ella fuese.

—¡Guau! ¿Pero tú vienes a currar o a modelar, niña?

Una de mis compañeras de trabajo me pilló en la entrada al edificio bajándome del taxi alisándome la gabardina. Le sonreí y me giré sobre mí misma para lucirme un poco.

—Cómo se nota que tus raíces son andaluzas, pero qué arte tienes, jodía.

Me reí y me agarré de su brazo para entrar al edificio. No por tener unos kilitos de más iba a dejar de arreglarme. Alba me ayudó mucho en ese sentido. Siempre me había gustado vestirme bien, con tacones, vestidos y trajes. Lo que ella me enseñó fue a combinar las prendas y a maquillarme mejor.

—¿Has quedado hoy o algo? —me preguntó otra de ellas al llegar a la oficina.

—Vamos, chicas, una mujer puede vestirse y maquillarse sin necesidad de quedar con nadie. Absolutamente nadie —recalcé girándome sobre mis talones. Oí silbidos a mis espaldas mientras nos reíamos.

Encendí mi ordenador tras colgar la gabardina beige en el perchero y cogí la taza de Mr Wonderful, regalo de mi madre, para ir a buscarme un café. Antes comprobé la bandeja de entrada en el correo electrónico y eché un vistazo rápido. Nada grave. Podía ir a por mi bebida caliente antes de sentarme a leer y responder uno a uno. Mientras llenaba la taza curvé los labios en una sonrisa. Era feliz, tenía la vida que me gustaba, la que me llenaba y eso era muy importante pues cuando no es así la vida es un sufrimiento constante.

Un otoño para SilviaWhere stories live. Discover now