P.V.O Hermione
¡Cabrón, gilipollas, subnormal, egocéntrico! Será capullo, Malfoy no había cambiado, ‘’ay Hermione, que ilusa eres, ya te advertí sobre el rubio teñido’’. Ya no solo Malfoy se cachondeaba de mi, si no también mi subconsciente, el mismo que habló por mi desde el inicio de la conversación con el engendro del mal ese. ¡Por todas las escamas de dragón! Había flireado con un elitista que solo se preocupaba de si mismo y de su mini acompañante. A veces dudo de quién piensa, bueno, si es que a lo que hace el se le puede llamar pensar. Pero maldita sea, pensé por un momento que le interesaba. Y quedé como una completa idiota mientras él se reía de mi.
¡Por Merlín! Se supone que yo no me fijo en un estereotipo tan típico como Malfoy. Se sobre entiende que soy lo suficientemente inteligente como para pasar por alto un atractivo como el que tiene el hurón.
Por dios… hasta yo, la “doña perfecta” me he llegado a encaprichar de nada mas y nada menos que de él, de Malfoy.
No sabía en que momento había llegado a mi habitación, pero si el motivo de que estuvieran cojines en el suelo y una silla tirada. Si algo había cambiado en mi interior era mi carácter. Desde el encuentro con los mortífagos en 5º curso aprendí a no ser solo correcta, si no a sacar a relucir el mal genio. Y hoy habían quedado secuelas de ello. Unos golpes en la puerta hicieron que con un golpe de varita volviera todo a su sitio.
-Adelante- me senté en el altillo al lado de la ventana y eché un vistazo a mi habitación. Era espaciosa pero sin llegar a ser demasiado cargada. Tenía una cama de matrimonio cerca de la ventana con telas que caían por los lados a modo de cortinas, una mesa de noche de madera que estaba al lado de esta y un espejo enrome al otro lado. Cerca de la ventana estaba un pupitre lo suficientemente grande con mis libros y una silla cómoda. Al otro lado estaba un armario de caoba con tallados al estilo medieval bastante grande. Y mi zona favorita de la habitación: la chimenea de pared, y alrededor dos sillones blancos de piel. También disponía de una pequeña mesa y un baño espacioso con una bañera enorme redonda. La puerta de entrada separaba la zona de la chimenea del lado donde estaba el escritorio. Por ella vi entrar a una pelirroja.- Ginny ¿cómo te han ido las clases?- Sonrió y se tiró en la cama boca arriba soltando un bufido.
-Herm, necesito ayuda.- se sentó y me miró desde su sitio. Me levanté y me acomodé en su lado.- Las clases que tengo, los horarios y bueno, nunca se me ha dado historia de la magia, es más, soy una negada, no me veo capaz de aprobar con notas altas, no puedo ni imaginar la de noches que me pasaré en vela y…
-Ginny, Ginny, respira un poco- la pobre me miró con cara de cachorrito- ¿Quieres que te ayude, verdad?- asintió efusivamente- solo tenías que habérmelo dicho cabezota.
-Eres la mejor Mione- se abalanzó sobre mi tumbándome en la cama dándome un abrazo de los de ella. Nos quedamos mirándonos unos segundos y sonó la campana del fin del descanso que daba paso a las 3 horas de clase restantes. Nos levantamos de la cama con resignación.
-Bueno- me adecenté el pelo y baje la falda, ya que se me había subido hasta mitad del muslo- nos vemos en la sala común a las cuatro ¿vale? Podemos quedar para estudiar los lunes, miércoles y jueves de cuatro a cinco y media, si te viene bien claro.
-Si, por supuesto, me va de maravilla- cogí mis cosas y bajamos juntas. En el momento en el que Ginny se iba a su aula recordé que ella se encargaría de ser mi despertador por las mañanas- Gin- se paró en seco y volvió hasta quedar a mi altura- Ayer me olvidé de decirte que para entrar a mi habitación necesitas mi permiso, o en el caso de que yo no este una contraseña, así que toma- le tendí el trozo de papel con la contraseña “Nihili est qui nihil amat’’- la cambiaré cada cierto tiempo, si me quedo dormida ya sabes que hacer- sonrió ampliamente.