• Kapitel 11 •

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Todos se hicieron a los lados viendo cómo Walter y el sargento se encaraban el uno al otro. Nadie protestó, solo intercambiaron expresiones de asombro y se dispusieron a ver en qué acababa todo.

–Te doy dos minutos para arrepentirte, Lötzert... –amenazó Walter– No tenemos porqué hacer este circo.

–¡Solo di que tienes miedo, Wolff! –escupió el sargento mientras se quitaba el cinturón con el equipo táctico. Walter resopló y miró hacia los alrededores con fastidio.

–He escuchado lo que se dice de ti... –le contestó– Pero no creas que eso me asusta, yo también sé cómo pelear Lötzert, y un ebrio que se mete en peleas callejeras no es oponente para mí.

–¡Di lo que quieras Wolff! ¡Y sí, lo que yo sé lo aprendí en la calle y eso me formó carácter! ¡No tuve que pagar maestros japoneses como cierto niño mimado!

–No es mi culpa haber nacido en cuna de oro –Walter sonrió– Tienes tres segundos para retractarte, Lötzert... Uno...

–¡Deja de hablar y ven aquí!

–Dos...

El sargento se lanzó hacia Walter pero ni siquiera llegó a tocarlo, pues el oficial en un movimiento rápido, se dio la vuelta dándole una patada giratoria en el rostro. El sargento salió volando hacia atrás y rebotó sobre el suelo nevado, provocando la exclamación de sorpresa de todos.

–Fue lo que te buscaste, Lötzert... Ahora deja de hacer el ridículo y levántate de ahí, esto se terminó.

El sargento se incorporó despacio, sintiendo el rostro adormecérsele por el dolor y un hilillo de sangre escurrió de su boca. ¿Qué diablos acababa de pasar? Normalmente era él quien ponía a su contrincante en el suelo, no al revés. ¿Estaba fuera de forma acaso? Lo peor era que que todos sus hombres lo habían visto. Qué vergüenza. No quiso levantar la vista, no quiso mirar a nadie. Se quedó un momento arrodillado sintiendo las miradas de todos sobre él. ¿La pelea acababa ahí? ¿Con el puto de Walter victorioso? ¿Que con un solo movimiento lo había derribado e incluso lo había hecho sangrar? Eso no podía estar sucediéndole.

Levantó la cabeza al ver a Nina salir de entre todos con el rostro enrojecido y lleno de dolor. La muchacha lo miró a través de sus lágrimas y gritó:

–¡Pártale la cara, sargento!

Todos volvieron la cabeza hacia ella sumamente sorprendidos, y eso hizo que Konrad gritara también:

–¡Usted puede, señor!

Y al segundo siguiente los demás también ya estaban animándolo. Walter los miró contrariado y desviar la cabeza de su oponente fue su error. El sargento se levantó tan rápido que Walter no tuvo tiempo de reaccionar cuando fue tacleado por él.

Ambos cayeron sobre la nieve y el puñetazo que recibió Walter en el rostro, fue tan veloz, tan rotundo y aplastante, que sintió como si todo el interior de su cabeza se sacudiera. Uno, dos, tres, cuatro rápidos golpes más en su pálida cara y la sangre roja de Walter salpicó el aire, mientras los demás vitoreaban a su superior saltando y aplaudiendo emocionados. Desde que conocían al oficial, todos internamente deseaban que alguien le diera una paliza, y el sargento más que nadie deseaba dársela.

Günther y Pedro llegaron corriendo y sujetaron al sargento separándolo de Walter, pero él se los sacó de encima fácilmente y volvió a saltar sobre el oficial, pero Walter le bloqueó los ataques y se giró quedando ésta vez arriba de él. Con una mano lo agarró del cuello y con la otra desenfundó su pistola, apuntándole a la cara con ella.

No pudo apretar el gatillo, pues Konrad ya estaba a su lado con el rifle listo para dispararle si se atrevía. Y súbitamente todo su alrededor se sumió en un silencio sepulcral.

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