A veces las Arenas eran algo aburridas, más de una vez Sett se había encontrado suspirando porque las peleas eran simplemente poco interesantes. No le incitaban a unirse o siquiera apostar por alguno de los contrincantes, después de todo era bastante predecible quién ganaría en el encuentro.
Aún teniendo todo servido, al fin y al cabo era el jefe, era increíble para él verse sin una pizca de interés en las mujeres que se ofrecían a satisfacerlo para alegrar su humor. O incluso verlo sin esa expresión de enojo con la cuál siempre lo ibas a encontrar si le dirigías la mirada. Simplemente no había nada más que lo rutinario ahí y eso comenzaba a molestarlo.
— Sal de aquí, no tengo ganas de joder con tu trasero. —dio una palmada sobre el glúteo derecho de la mujer y esta salió de la habitación sin emitir una queja. Se dispuso a buscar una botella de alcohol.— Estoy seguro de que he dejado una por aquí...
La puerta de su habitación se abrió. Sett gruñó, había dejado bien en claro que debían tocar la puerta antes de entrar junto a él.
— ¡Cuantas veces lo he dicho! —todo su semblante cambió a confusión al momento de darse la vuelta, no era una persona que conocía en lo absoluto. Era un chico, se veía joven y podías observar el miedo en su cara ante el grito del vastaya.— ¿Quién carajo eres tú?
— Uh, mmh, l-lo siento...—Sett detuvo todo indicio de huida del contrario con rapidez, se cruzó de brazos bloqueando la salida.—
— Pregunté quién eras.
— Soy Aphelios. —sus ojos titubeaban y buscaban cualquier punto que no sea cruzar su mirada con la del vastaya, este mismo sonrió. Se veía tierno.—
— ¿Aphelios? Nunca he escuchado ese nombre en mis Arenas. Supongo que eres alguien nuevo. —tomó un mechón del azabache que se entrometia en su vista, este se estremeció ante el tacto.— Definitivamente lo eres, nadie se atrevería a meterse a mi habitación sin antes tocar. Nadie que quiera seguir vivo, ¿y tus modales?
— Lo siento, voy a dejarlo tranquilo. —Aphelios amagó con retirarse de la habitación nuevamente pero Sett tomando su mano no se lo permitió.— ¿P-podrías soltarme?
— Vienes a mis Arenas sin saber un carajo sobre ellas, te introduces a mi habitación sin permiso ¿y ahora me ordenas que te suelte? ¿A mi? ¿Al jefe? —soltó una sonora carcajada, hacía ya bastante que no se reía de esa manera.— Si que tienes agallas, pequeño. Dime, ¿cuál es tu edad?