Sabía que había nacido maldita. Desde que el primer mechón de cabello blanco asomó a mi cabeza, la gente me repudió por considerar que sería una fuente de desgracias y muerte. No lo entendí hasta que llegó mi quinto cumpleaños. Entonces fue cuando lo vi por primera vez. ¿O debería decir "lo soñé"? Estaba frente a mí, con su color de luna y sus ojos azules tan parecidos a los míos. Pero cuando abrí los ojos, el dragón se esfumó sin dejar rastro. ¿Una pesadilla? Eso me hubiera gustado creer.
Desde que tuve uso de razón, jamás conocí a mis padres. Mi único protector era la bestia que, ahora lo sabía, vivía adentro de mí. Su calor me cobijaba en las frías noches y no me permitía padecer la ingrata sensación del hambre. Le temía; pero, a la vez, era mi único amigo, mi amparo.
Sin hogar ni rumbo fijo, vagué durante gran parte de mi vida por toda la tierra egipcia. Las personas se apartaban de mí como si fuera una leprosa. Mi existencia era miserable, solo alimentada por el vacío de la soledad.
Una noche, tuve la mala suerte de que unos traficantes de esclavos extranjeros, a quienes no les importaban los rumores que circulaban sobre mí sino lo que podrían sacar por la rareza del color de mis cabellos y ojos, me capturaran y enjaularan como a un animal. Y así era como me sentía.
Entonces, apareció él.
Traía en sus ojos azules cual cielo tormentoso el resplandor de algo que yo no conocía: la esperanza. No lo dudó; se acercó a la jaula y me abrió la puerta.
—No hagas ruido.
Solo asentí. Sin embargo, fuimos sorprendidos por uno de los traficantes. El chico le hizo una hábil zancadilla y me tomó de la mano, logrando que huyéramos de ellos. A lomos de caballo, escapamos de allí hasta llegar a un punto en el que tuvimos que separarnos. Él me dejó sobre el caballo con algunas indicaciones y después lo obligó a galopar a toda marcha.
—¡Espera! ¿Cuál es tu nombre?
—Seth.
—Yo soy Kisara. ¡Adiós, Seth! ¡Gracias! ¡Algún día te lo devolveré!
Seth. Era un nombre tempestuoso. Adecuado para sus ojos color tormenta.
Prometí nunca olvidarlo.
Y nunca lo hice.
El galopante animal me llevó lejos de cualquier peligro. Mi vida transcurrió sin novedad alguna durante un año. Fue entonces cuando volví a verlo.
La aldea a la que acababa de llegar estaba envuelta en llamas. Unos bandidos la habían atacado sin piedad. Un niño de cabellos castaños, aproximadamente una luna mayor que yo, estaba intentando detenerlos con las impetuosas fuerzas que proporciona el enojo. Lo reconocí al instante: era Seth. Y estaba en problemas; aquellos tipos iban a maltratarlo. Un intenso y ardoroso sentimiento de apoderó de mí. Creo que era enojo. La escena despertó al dragón que dormía en las entrañas de mi alma. Y supe que había llegado el momento de cumplir mi promesa. Un resplandor azulado me envolvió por completo y mi único compañero se presentó con un enorme rugido, que logró ahuyentar a todos los atacantes y de paso apagó el fuego. Vi cómo Seth lo observaba todo con asombro y luego perdía el conocimiento. Preocupada, me acerqué a él a paso rápido y me arrodillé a su lado. Con toda la delicadeza posible, tomé su cabeza entre mis manos y la acomodé sobre mi regazo, examinando su cuerpo en busca de posibles heridas. Su semblante lucía apacible. Parecía estar bien. De repente, sentí un calor naciendo en mis mejillas. Una extraña ansiedad oprimió mi pecho cuando esos ojos de cielo agitado se posaron sobre mí.
—¿Kisara? —murmuró con debilidad.
—Sí, soy yo, Seth —contesté en voz baja—. Vine a cumplir la promesa que te hice.
Una sonrisa revoloteó por sus labios.
—Por favor, no te separes de mí.
¡Cuánto hubiera deseado poder decirle que sí! Pero era imposible. Mi triste maldición me obligaba a continuar mi camino. Lo deposité con cuidado en el suelo y me levanté. Una sonrisa triste curvó mis labios.
—Lo siento, no puedo permanecer a tu lado. Solo traería infortunios para ti.
Comencé a alejarme, pero aún volteé de reojo por última vez. Lo vi extender una mano hacia mí, desesperación en sus ojos de tormenta.
—Espera... Kisara...
•
¡Seth había vuelto a salvarme! Justo cuando mi maldición me llevaba nuevamente a las fauces de la desgracia, poniendo en peligro mi vida, él apareció como un ángel guardián. Se le ordenó quitarme la vida sellando mi alma, pero él desobedeció en franco desafío a las consecuencias.
—No te preocupes, Kisara —dijo con suavidad, a pesar de verme sumida en la inconsciencia; podía escucharlo, pero no había modo de que él lo supiese—. Estarás a salvo, voy a protegerte. Quiero que despiertes una vez más, porque debo decirte que te amo. No me importa qué es ese poder que tienes o cómo lo obtuviste. Creo en la bondad de tu alma, la dulce Kisara que me enamoró.
Anhelaba despertarme en ese minuto y decirle que yo sentía lo mismo; que mi corazón era suyo desde aquel primer instante. Que nunca había dejado de pensarlo; que ese era el momento más feliz de mi existencia. Sin embargo, no recuperé el sentido sino varias horas después.
El gran mal se avecinaba. Podía sentirlo. La oscuridad pronto se cerniría sobre nuestra tierra.
Corrí a través de las amplias calles del pueblo egipcio en busca de Seth. Nuestras almas parecían resonar al unísono, pues podía localizar su presencia en donde quiera que se encontrara. Y lo hallé frente a aquel ser oscuro que afirmaba ser su padre. Debía impedir que mi amado fuese tragado por la oscuridad de la misma forma. La única esperanza residía en la luminosidad de mi alma, el ser que llamaban Dragón Blanco de Ojos Azules. Nuestra lucha contra la oscuridad comenzó. Mi poderoso compañero empezó a ser sellado en una lápida de piedra y mi energía menguó significativamente. No permitiría que lastimaran a Seth, por lo que me interpuse entre el ataque del sacerdote oscuro y su cuerpo. Ante el impacto de su poder, mi vida comenzó a extinguirse bajo la mirada abrumada y desesperada de Seth, quien me tomó entre sus brazos, tratando de retener la energía vital que se me escapaba. Pero yo no sentía dolor ni tristeza, pese a la proximidad de la muerte. Por primera vez, comprendí que mi poder no era una maldición. Era el modo en el que el destino me había conducido a los brazos del hombre que atrapó mi corazón.
—Soy muy feliz, Seth. Yo también te amo...
—¡Kisara, no! ¡No me dejes de nuevo!
Nunca lo abandonaría. Nunca más.
«Mi poder siempre estará contigo».
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Entre corazones, juegos y amores [One-shots - Yu-Gi-Oh! Duel Monsters]
FanfictionAl jugar, es aconsejable poner el corazón en las cartas. Pero... ¿será lo mismo jugar con los corazones de las personas? El amor es un juego de dos en el que ambos ganarán la partida, ¿o la perderán? A continuación, estas parejas descubrirán cuál de...