Capítulo 8

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Capitulo 8

El café se derramo por el borde de la taza.

- Luisa, he invadido su cocina. Espero que no le importe –se disculpo forzando una sonrisa.

A Luisa no le importaba. Jos lo vio en su mirada antes de que lo ocultara con una sonrisa amable.

- Claro que no, señora Stuart. Pero si la señora tenía hambre debería haberme despertado.

- No había necesidad. Y Luisa, estoy segura de que se lo he mencionado antes, pero, ¿le importaría dejar de llamarme así?

- ¿Cómo señora?

- Soy la señorita Smith, o la señorita Josephin. O solo Jos, si quiere. Pero no soy la señora Stuart.

- Claro, perdone –se disculpó sonrojándose. –Es que así le gustaba a su padre y a usted y al señor Carl.

- A mí no me gusta –replico intentando sonar amable.

- Intentaré recordarlo. ¿Quiere que le traiga algo más?

- No, gracias. La llamaré si la necesito.

La norma número cuatro era no sorprender nunca al servicio. No había sorprendido a Luisa, la había dejado de piedra. ¿Qué le sucedía aquella mañana? Se sentía inquieta como si necesitara darle la vuelta al mundo. Se llevo la taza a los labios. Casi lo había hecho la noche anterior. Pero aquella locura había terminado. Y no iba a perder el tiempo pensando en ello. Se había comportado de un modo estúpido desde que había oído a aquellas dos arpías hablando en el lavabo de L'Orangerie.

¿Qué la había hecho correr a Saks para comprarse ropa? La ropa interior de encaje, el vestido granate y aquellos zapatos de tacón de aguja. Gruño y se puso la mano en la frente. ¿Y todo para qué? ¿Para probar que podía seducir a un hombre? Se quedó pálida. Se levantó de un salto y camino por el jardín. Era su territorio. Ni su padre ni Carl podían comprender por que le gustaba ensuciarse las manos y cuidar de las flores, pero ambos lo toleraban, aunque se intercambiaban sonrisas de burla cuando se referían a ello como su hobby. Pero para ella era más que eso. Cortar los pensamientos y hacer florecer las rosas era algo reconstituyente. Le encantaban sus colores, los rojos, los rosas y los amarillos intensos. Y el perfume de las flores era maravilloso, mucho más que cualquiera de los perfumes caros que había sobre su tocador.

Los pensamientos estaban un poco descuidados. Se agachó y empezó a arrancarles las hojas secas. Se quedó quieta. Respiró y se levantó.

¿A quien estaba engañando? Podría preparar doce desayunos más y cuidar de las flores hasta que el sol estuviera en lo alto del cielo, pero no podía deshacerse de los recuerdos. Can Yaman seguía atrapado en su pensamiento. Aquellos ojos, aquella sonrisa. ¿Iba a atormentarla la humillación de la noche anterior al resto de su vida? Probablemente sí.

La gente lo había visto: la puja, el modo en que la había agarrado mientras bailaban, el beso... Y hablarían sobre ello. Y se reirían. Harían bromas. Y ella tendría que reírse con ellos, sonreír y pensar algo ingenioso que decir para que nadie pensara que aquel hombre o aquel beso significaban algo para ella.

- No significan nada –afirmo. Se sentó en la mesa y tomo la taza.

Y aquellas cosas horribles que le había hecho. Nunca se lo hubiera permitido, si hubiera sido capaz de pensar. ¿Qué mujer lo hubiera permitido? Bueno, quizás algunas sí. Pero ella no era una de ellas. Había gritado la noche anterior en los brazos de Can Yaman, había sentido algo, había deseado algo que... Le temblaron las manos. Dejó la taza sobre la mesa con cuidado. No tenía sentido pensar en ello. Ni todas las recriminaciones del mundo cambiarían lo que había sucedido. "Al fin y al cabo fue por algo benéfico" diría sonriendo cuando la gente bromeara.

Más allá de un sueño (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora