Capítulo 1

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Qué difícil es comenzar a escribir cuando los pensamientos divagan y se mezclan con las nubes pero todavía no están listas para caer en forma de lluvia a la tierra. Así me siento esta tarde primaveral. El norte se ha perdido o no ha querido salir pese a que el sol está cayendo y está mostrando su mejor cara con un naranja que sacude, un naranja que estremece, un naranja que viaja. Se ha subido al primer pensamiento que tuve por la mañana: «si hoy te volveré a ver.«
Es un pensamiento recurrente pero ocurre que no te apareces, ya hace tres años y seis meses que no te apareces. ¿Así tenía que ser? ¿Así es como se siente? No lo sé.
Pero, sin importar cuánto tiempo pase todavía no me lo he de creer. No me lo creo que sin importar cuántas bocas bese, sin importar en cuántas camas me despierte, sin importar cuántas veces te sueñe, todavía no pueda soñar con alguien más. O mejor dicho, todavía no pueda hacer realidad otro sueño en el que no te tenga a vos como protagonista, no te tenga como personaje secundario, ni como un extra, que ni si quiera te encargues de correr el telón o de la decoración de las escenas.
¿Qué me han dado de beber tus labios? Preferiría el veneno de una cobra antes que este hechizo cruel y sanguinario que padece el motor rojo que está dentro de mi tórax llevando a cabo movimientos de diástole y sístole mientras te extraña.

En cuanto terminaba mi desayuno, y comenzaba mi rutina, todos estos pensamientos se desvanecían, otra mañana en la que me mentía, pues así aprendí a vivir desde el día en que te fuiste. Al llegar al trabajo, me esperaban una pila enorme de facturas que cargar en el sistema. Al menos esa mañana iba a estar entretenido, mi cabeza no iba a detenerse ni un segundo en pensar en vos. Así fue que transcurrió esa jornada laboral de 6 horas, en mi trabajo de medio tiempo. A veces me preguntaba qué gracia tenía acudir a un trabajo para el cual solo necesitaba dos o tres horas para realizar todas mis responsabilidades. Pero nunca lo discutía con mi jefe, ese trabajo me permitía vivir y me daba la posibilidad de escribir por las tardes. Sí, así como esta tarde naranja. Pero las palabras hoy me cuestan un poco más. Comienzo a dudar de mi auto denominación de «escritor«. Si bien ya he sacado un libro, ¿acaso eso me convierte en escritor? He leído tantos libros que hubiera preferido que nunca hubieran sido plasmados en papel y llegado a las librerías. Sin embargo, ahí estaban en la vidriera, siendo una de las principales recomendaciones del momento. Mi libro, nunca llegó a la vidriera del frente, ni si quiera al primer estante que se encontraba tras cruzar la puerta, una vez lo había visto en un estante de los del medio, pero a quién voy a mentirle. Alguien lo había agarrado por equivocación y lo había dejado en la sección de vinilos descartándolo. En fin, mi libro siempre estaba en el último estante, en la última sección, donde se llena de polvo y se hace amigo de insectos simpáticos que hallaron su hogar en mi libro. Al menos alguien encontraba su lugar en mi libro. Es lo que quiere todo escritor.

Lo gracioso de toda la situación es que cuándo alguien me conocía, lo primero que le decía era que había publicado un libro y que era escritor. Un escritor desdichado, o "un desdichado que unía palabras intentando que la mierda se viera más o menos bonita" sería más sincero de decir pero no, la sinceridad estaba en peligro de extinción. Si la gente supiera qué opinaba realmente de mi primer libro no llegaría a vender ningún ejemplar. Y necesitaba esas ventas, lo necesitaba para pagar el alquiler.
Pero lo peor era que vos no querías mi libro, tus palabras me dijeron durante años que apoyaban mi arte y ahora que he publicado mi libro, no lo quieres. Has visto que lo he publicado, has asistido a mi presentación, lo sé, hasta me has felicitado de manera fría y despiadada, en realidad el saludo fue hermoso pero lo despiadado fue saber que aunque me decías que querías un libro mío, nunca lo comprabas, nunca lo buscabas. Yacía medio año de su publicación y nada, tal vez eso fue lo que me hizo dar cuenta que de alguna manera tendría que dejar de pensarte, tendría que dejar de pensar que un día te aparecerías en la puerta de mi edificio y me besarías aunque fuera el último suspiro que diese en esta vida.

Así fue como esta tarde naranja, mientras mi mente viajaba, mi corazón se paralizó en cuanto escuchó que alguien llamaba a la puerta. Nunca nadie llamaba a la puerta, no tenía vecinos en mi piso, salvo la chica del fondo que me odiaba. No me conocía pero me odiaba, lo veía en sus ojos. Cuando nos cruzábamos en el ascensor, con suerte me decía "hola" y seguía con la mirada en su celular. Creo que tenía novio, pero no me interesaba. Así que todo se empezó a revolucionar en mi en ese momento, al acercarme a la puerta pregunté quién era pero nadie contestaba. Eso era más extraño aún.

Imagínense mi desilusión cuando abrí la puerta y me encontré con el cartero. Me traía un paquete que había encargado hace dos semanas y que no recordaba. "Firme acá, por favor", listo, perfecto. Muchas gracias. Adiós. "Ah, y por cierto. Cuando llegué estaba este sobre en el piso. Tome." No sé si le agradecí, lo despedí o qué, pero desde que tuve ese sobre blanco en mis manos el mundo desapareció. Ya no había cuentas que pagar, ya no me importaba que las ventas de mi primer libro hubieran sido un fracaso, ya no me importaba la inseguridad del barrio, ya no me importaba la política, la vecina del fondo ni que hoy no podía escribir nada interesante, tenía un sobre blanco y sabía de quién era aunque no hubiera ningún dato por fuera. Me senté en el sillón, era un momento especial. Eras vos, tenías que ser vos, no había ninguna otra posibilidad, querías leer mi libro, le habías dejado y querías volver conmigo, me extrañabas, vos también soñabas conmigo, no dejabas de pensar en mí, tenías que ser vos.
Abrí la carta, el papel era pequeño pero podía leerse una sola frase. Solo eso había. Una frase.

"Carlos, he olvidado como nos conocimos".

Ese día algo cambió en mí.

El olvido cabe en un sobreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora