Caiptel .X.

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Rónán no regresó ese día, ni tampoco al día siguiente. Los monjes seguían adelante con aparente normalidad, pero era imposible acallar los murmullos que empezaban a levantarse a espaldas de los superiores. Ya ni siquiera Librán se empeñaba en defender al novicio perdido: no era inaudito que llevara dos días rezando en alguna gruta, pero resultaba difícil de creer. Algunos de los hermanos decían que se había marchado sin permiso, desilusionado de la tibieza de sus compañeros, para buscar una comunidad más estricta. Pero ¿qué regla había en Éire que pudiera compararse con la de san Máel Ruain? Otros más pesimistas creían que se había dado por vencido y había regresado "al mundo" para vivir en pecado entre los impíos. "Como Fergus", había pensado Colum al oírlo. "Como mi padre...". Otros aún, los de imaginación más macabra, aventuraban que quizás habría muerto. Allá afuera abundaban los peligros, después de todo: fieras salvajes y bandidos y también los Laithlinn, aquellos feroces paganos venidos de más allá del mar. Nadie los había visto en las costas de Éire, pero Échtgus aseguraba que era sólo cuestión de tiempo. La hora del martirio sonaría para ellos igual que como había sonado en Alba, cuando los bárbaros del norte prendieron fuego a la rica abadía de san Áedán en Linnisferann. Y, desde luego, estaban los enemigos invisibles: los demonios del Abismo..., y las áes síde. Quizás algún rey o reina del inframundo había encontrado a Rónán y lo había tomado prisionero, arrastrándolo con cadenas de plata hacia las profundidades de la tierra, donde nadie jamás volvería a verlo. Pero tal vez... Tal vez las áes síde quedarían prendadas de su belleza y su virtud, y le darían un lugar en su mesa. Lo vestirían de seda y pieles, como al hijo de un rey. Sandalias nuevas en sus pies, y un anillo de ámbar; una copa rebosante en la mano. Su cabello rubio, suave y ligero como la nieve recién caída, crecería largo sobre sus hombros; jóvenes inmortales lo trenzarían con flores azules y perlas negras y tiras de cuero rojo. Nunca pasaría por su cabeza la fría navaja de la tonsura. Las heridas de su espalda sanarían por completo, sin dejar cicatriz. Rónán se olvidaría pronto de que alguna vez un miserable llamado Máel Dub se había atrevido a azotarlo y obligarlo a pasar a hambre. Sí, lo olvidaría: Rónán lo olvidaría todo. El lecho duro y el sueño breve, la comida escasa del fin del invierno. Allí, del otro lado de las cosas, Dios le entregaría generoso todo aquello que los hijos de Eva deben pagar a tan alto precio. Olvidaría su remordimiento y su vergüenza y, sobre todo, su miedo, como si fuera una pesadilla que se consume en la luz de un amanecer inmenso. Allí, los ángeles de la tierra le cantarían al oído la verdad y le mostrarían con espejos su hermosura. Y reiría, de seguro, al descubrirse a sí mismo por primera vez. Reiría como Colum nunca había podido oírlo reír, lleno de júbilo y alivio, mientras toda memoria se borraba de su alma. Lo olvidaría todo. Lo olvidaría también a él. A Colum se le hizo un nudo en la garganta. Lo olvidaría por completo, sí, pero no importaba: Rónán moraría siempre joven entre maravillas y placeres, en palacios perfumados donde el verano jamás termina. Se habían oído cosas semejantes en los días antiguos... ¿Cómo iban aquellos versos que Óengus le había enseñado? Vengo de Tír na mBeó, la Tierra de los Vivientes, donde no existen la muerte ni el pecado ni la decadencia. Disfrutamos sin esfuerzo de manjares imperecederos. La concordia reina entre nosotros, sin que nadie la perturbe. Moramos en una gran paz; por eso nos llaman áes síde.

Colum sonrió al pensarlo, obligándose a tragar su propia amargura. Otros dirían que era un mocoso estúpido por creer cosas semejantes, pero no importaba. Imaginar a Rónán así, a salvo y feliz, bajo la protección de los inmortales, era lo único que le daba consuelo.

- ¿Ya está bien así? ¿Ya está limpia? ¿Colum? – La voz de Bran lo trajo de regreso al mundo. Sintió el agua fría del Dothra en sus tobillos y la enceguecedora luz del sol en sus ojos... Con un rascador de piedra en una mano y la batea de madera en la otra, su nuevo compañero le enseñaba suplicante el fruto de su trabajo –. Te lo ruego, dime que ya está bien así...

Mac na Rún: Hijo de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora