Parte sin título 2

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_ ¿Edith? –Dijo viendo la habitación entreabierta ¿A caso no te dije que no vayas a esa habitación?

_ ¡Guarda silencio, papá te va a escuchar! –exclamó ella un segundo antes de que su padre se asomara por la puerta y se llevara una sorpresa.

Aunque Edith los había desobedecido, ella parecía estar bien. Estaba sentada a los pies de la cama de dos plazas sobre el piso polvoriento y rechinante, frente a ella, había un cuadrado de terciopelo color rojo y finalmente, sobre éste yacía sentada una vieja y macabra muñeca.

_ Niña, ¿qué estás haciendo? ¿No escuchas que te estamos llamando? Te dijimos que no entres aquí, estas cosas son de la antigua dueña del lugar.

Entró a la habitación junto con Maia que acababa de llegar al lugar, era la segunda vez que lo hacían y no dudaban en tirar a la basura todos los muebles de la señora Amadine Tussaud, quién hacía ya diez años, se había suicidado precisamente en esa habitación por razones desconocidas.

_ Lo siento, es que estoy jugando con mi nueva amiga, Maddie.

Los ojos de sus padres se posaron como flechas despiadadas sobre la muñeca sentada sobre el terciopelo. En seguida, Maia se acercó para tomar la muñeca.

_ Oh, Edith. ¿De dónde la has sacado? –preguntó levantándola, notando lo horrible del aspecto de la muñeca.

_ La encontré en ésa caja. –dijo señalando con el dedo al baúl abierto en el rincón de la habitación Lo abrí y estaba ella, sonriendo alegre de haber encontrado una amiga, me ha contado muchas cosas y ahora es mi mejor amiga.

_ ¿Contado? ¿Es parlanchina? –Preguntó su madre separando las dos cintas de velcro que su espalda para encontrar un parlante, pero no había nada

_ No lo creo –agregó Axel, mira lo que es. Probablemente tiene más de cincuenta años.

La muñeca estaba muy bien cuidada, pero por la supuesta antigüedad que mostraba su apariencia, lucía espeluznante. Tenía décadas dibujadas en su rostro de goma dura, pintado a mano los detalles de sus ojos, pestañas, cejas, labios y pecas. Tenía una mirada penetrante y profunda, que junto con el peculiar gesto de su cara y su sonrisita pícara daba la sensación de una niña curiosa y burlona que había descubierto algo y se jactaba por eso. Su pelo, sin duda y como todas las muñecas de su supuesta época, era real, de color castaño oscuro que le caía hasta la cintura y que podría estar reluciente si las cortinas pesadas, de color gris no hubieran impedido la entrada de los opacos rayos de luz del sol de otoño en la habitación. Llevaba puesto un desgastado vestido de novia de color lino, sobrecargado con tul y armado con seda y organza descolorida, acompañado con dos zapatitos negros que desencajaban con todo su vestuario.

_ Mami, ¿me la puedo quedar? –Preguntó Edith

_ Ay, no lo sé. Mejor te compro una nueva mañana –le contestó ella, desaprobando la idea de quedarse con ese horrible vejestorio

_ ¡Yo quiero a Maddie, no quiero una muñeca nueva! –exclamó dramatizando la situación, sobresaltándose violentamente.

Maia apartó la vista de la muñeca y se fijó en su hija, nunca había reaccionado así en sus seis años de vida.

_ Está bien, está bien. Te la puedes quedar, pero no grites así. A mamá y papá no le gusta que nos grites. ¿De acuerdo?

mi muñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora