Parte sin título 7

1 0 0
                                    

_ Mami, perdóname por echarte de mi habitación. Maddie y yo necesitamos estar solas. Ella también se disculpa por haberte mandado a la habitación de la señora Tussaud.

Sus padres la miraron pero no prorrumpieron una sola palabra. Estaban impresionados con la habilidad de su hija en disociar sus pensamientos y repartirlos entre ella y aquél ídolo que parecía haberla hipnotizado desde el momento en que la encontró. Aun así, no dijeron nada; toda oración ficticia de Edith que hacía revivir teatralmente a Maddie, los hacía acordar al momento en que su forma de vida cambió de improvisto. Todavía ninguno pensaba cómo superaría esa dura etapa, ni siquiera lograban resolver cómo mantenerla.

_ La cena está deliciosa, cariño. –Dijo Axel sonriéndole a Maia

Edith los observó callada, esperando algún tipo de reacción, y la encontró. Maia apartó la vista de sus espaguetis para apuntarla a su esposo, a quien le proyectó una expresión nula. Luego, no pudo contener una carcajada cargada de rabia y para no seguir con el tema, se levantó de la mesa y se fue a su cuarto con prisa. Desde el comedor se escuchó el portazo.

_ Disculpa a mamá, pequeña. –Le dijo a Edith pronto me podrá perdonar. Todo el a mundo comete errores, ¿sabes? Y a veces con ellos lastimas a la gente que amas. Eres muy pequeña para entenderlo... pero a alguien se lo debo decir.

Sus ojos azules se cristalizaron en lágrimas y uno de ellos soltó una que se resbaló por su mejilla.

Tres de la mañana. La casa se volvió muda. Toda la familia descansaba en el mundo onírico, cada uno en su habitación. En eso, Edith, que siempre dormía acompañada, nuevamente quedó sola.

Una niña de plástico corría libremente por la caza oscura, cuyos únicos rayos que la iluminaban de forma vaga, eran los de la luna imponente pero aun así, débil e impotente.

Algo logró interrumpir el descanso de Maia, era un llamado, una voz:

_ Maddie es Amadine... Maddie es Amadine... Maddie es Amadine... ¡Maddie es Amadine! –Sonó fuerte dentro de su cabeza y le causó un sobresalto que la hizo despertarse cubierta en sudor frío

Se sentó en su cama de golpe, como si hubiese sido revivida con un desfibrilador. Sentía el corazón latir rápidamente, como el de una rata.

Entre la luminosidad opaca de la luna, pudo distinguir fácilmente que la puerta de su habitación estaba abierta. Frunció el ceño y luego su corazón estalló de miedo. Iba a gritar, pero su lengua pareció devolverle el grito a su interior. La muñeca, Maddie, estaba allí, parada a los pies de la cama, congelada pero persistente, como la misma luna.

mi muñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora