Cuarenta y dos.

90 9 4
                                    

Mi cuerpo estaba en llamas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi cuerpo estaba en llamas. Cada centímetro de piel quemando con una satisfacción que no era propia del fuego. Apoyé mi cabeza en el hombro detrás de mí. Las puntas de mis pies tratando de mantenerme en mi lugar. Las cabalgatas comenzaron a tomar profundidad, fuerza. Más, más, más. Mi voz no se sentía como mía, la escuchaba lejana. Ajena. Los gruñidos cerca de mi oreja ahogaban los míos.

Cerré los ojos, un fuerte brazo rodeándome al perder estabilidad y sentirme caer hacia adelante. Clave mis uñas en él. Dentro de mí, creciendo como un volcán en erupción, un orgasmo desgarrador. Se sentía mal. Se sentía bien. No podía pensar. Más, más, más.

—¡Kade! —el sonido de nuestros cuerpos sudados chocando opacó mi grito. Clap, clap, clap—. ¡Oh, Kade!

Una mano se estrelló contra mi boca. Moví la cabeza hacia los lados, no sabía si para deshacerme de ella o una reacción a la cupside de mi orgasmo. Me inmovilizó. Sus movimientos se intensificaron. El gruñido de un animal detrás de mí. Corre. Corre, corre, te van a alcanzar.

Mis ojos revolotearon al sentirme bajar de la montaña del éxtasis alcanzado. Chillé al ser elevada por los aires. Una risa saliendo de mis labios. La sombra de un gran cuerpo encima mío. Luego, nada. Ido, desaparecido. ¿On ta' bebé?

¡Aquí ta'!

Omhp.

—¡Ah!

Mi cuerpo se estremeció al sentir la humedad de la lengua de Kade lamer justo entre mis piernas. Chupar, lamer, succionar. Dios, él sabía lo que estaba haciendo. Golpeteó una y otra vez mi clítoris. Sus labios rozando los míos. Lengua adentro. Lengua a fuera. Golpeteo. Mmmmm...

El volcán otra vez se encendió. Lava subiendo por mi cuerpo. Dientes rozando. Exploté.

Esta vez no me dejo bajar. Dos dedos entrando, doblándose buscando el punto exacto. Arqueé mi cuerpo, necesitaba agarrame de algo. Mis manos no lograban capturar nada, me iba a ir. No volvería jamás. No había nada al rededor mío. Y sin embargo, lo había todo. Lo tenía todo. Estrellas brillando en mi techo. Luego nada. ¡No!

Un cuerpo me dio sombra. Estiré mis brazos, tomé su rostro entre mis manos, lo besé. Era mío. Sabía a mí. Nuestros labios se aclopaban como uno solo. Donde se iba uno, estaba el otro. ¿Qué era eso que me rozaba? Su lengua estaba en mi boca. Me separé, mire abajo. Su muñeca. Mis ojos se fueron hacia atrás. Una risa diabólica en mi oído. Su muñeca aplastaba mi centro mientras sus dedos entraban y salían

—¡Más! ¡Mmmm! ¡Más rápido! —estaba en una montaña rusa. Reí. Yo subía y bajaba y subía y bajaba y era infinita—. ¡Sí, oh! ¡Mmm, si!

Subí y subí y subí. Y exploté.

Mi cuerpo separándose en mil pequeños cubos. Cayendo, cayendo. Bum. Se volvieron a reunir en mi cama. Mis ojos se cerraron despacio. Una respiración a mi lado, la punta de su nariz rozando desde mi mentón, pasando por mi mejilla, la sien. Caí dormida.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora