Capítulo 23

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Punto de vista de Zelda

El interior del santuario se extendía ante nosotros, oscuro como la boca de un lobo. El aire era tan denso que costaba respirar. El aroma que impregnaba el ambiente se parecía al que desprendían las cálidas aguas termales de la región de Eldin.

—Tened cuidado, alteza —me advirtió Rotver que, junto con Prunia, iba al frente.

Los sheikah echaron a andar, iluminando su camino con la titilante luz de una antorcha. Me giré para dirigirle una rápida mirada a Link. Él tan solo se encogió de hombros y me animó a seguir.

Cuanto más me adentraba en aquel santuario, más me costaba contener un escalofrío. Tenía la desagradable sensación de que algo no iba bien allí... O, mejor dicho, de que algo no iría bien en el futuro.

"No seas cobarde", pensé mientras esquivaba una piedra caída. "Aquí no hay nada malo. El problema es que está muy oscuro."

Me aferré a aquella esperanza.

Por un momento estuve segura de que el pasillo por el que avanzábamos no tenía fin, de modo que nos pasaríamos el resto de la eternidad vagando en las tinieblas. "No seas cobarde", repetí para mis adentros. Tenía que dejar de comportarme como una niñita idiota.

Continuamos andando durante lo que en mi opinión fueron años, hasta que nos encontramos frente a un pedestal. Cogí la piedra sheikah, que llevaba colgada de la cintura, y la coloqué sobre el ojo tallado en la superficie. Esperé y esperé, tal y como había hecho en incontables ocasiones antes, pero nada ocurrió. Examiné el pedestal con detenimiento, buscando algo que pudiera ayudarnos.

—No funciona —murmuré—. ¿Cómo conseguisteis entrar al santuario? —le pregunté a Prunia y a Rotver.

—Los sheikah que lo descubrieron se lo encontraron ya abierto, princesa —respondió Prunia—. Venid por aquí.

Fui tras ella, incapaz de ocultar mi curiosidad, que poco a poco iba apartando mi aprensión incial. Prunia nos llevó a una estancia que se encontraba al final del largo pasillo. Al entrar, se me escapó una exclamación ahogada. Lo que vi me dejó de piedra.

Había símbolos sheikah por todas partes; reptaban por las paredes para luego unirse en el polvoriento y agrietado suelo, brillando con aquella luz azulada que aumentaba y disminuía. No obstante, lo que más llamaba mi atención no eran los símbolos..., sino el extraño lecho que estaba justo en el centro de la sala.

—¿Qué es eso? —logré decir.

—No lo sabemos con exactitud —contestó Rotver—, pero hemos descubierto que en el pasado le pusieron como nombre Cámara Regeneradora, y también que posee poderes curativos.

—¿Poderes curativos?

—Así es, alteza. Esto se construyó hace diez mil años, aunque desconocemos el motivo. Pese a ser un proceso bastante lento, permite curar todo tipo de heridas, paralizando el tiempo dentro del santuario mientras el tratamiento se lleva a cabo.

Me acerqué a la Cámara Regeneradora y pasé con cuidado las yemas de los dedos por el frío material del que estaba hecha.

—Nunca pensé que habrían llegado a necesitar algo así en el pasado —susurré.

—Es posible que esto tenga efectos secundarios —intervino Prunia de pronto.

No pude contener un estremecimiento.

El ceño de Rotver se frunció ligeramente.

—¿A qué te refieres? ¿Qué tipo de efectos secundarios?

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora