LOS OJOS DE UN MONSTRUO

1 0 0
                                    


Se sentía como una pesadilla.

No. Era una pesadilla, así lo decidió Ana; aquellas palabras, que el viento parecía repetir una y otra vez, eran como un sueño. Como las pesadillas que tuvo luego de haber sobrevivido al incendio provocado por su abuela. Pesadillas donde se quedaba sola, donde las manos se le debilitaban y el pecho comenzaba a pesarle más de lo normal, donde ella se asfixiaba; pero en lugar de despertar de sobresalto y sentir su espalda contra el pecho de Gabrielle, Ana solo sentía frío.

Frío y miedo.

Siendo presa del pánico había corrido tanto que sin darse cuenta la noche había caído. Sabía que en algún punto de detuvo, o solo dejó de correr, y también sabía que había seguido algo parecido a un sendero, pero que luego este desapareció...y ella se encontraba sola. En medio de un bosque, junto a una especie de arroyo y nada más que árboles, rocas y oscuridad a su alrededor. ¡Se había extraviado! Y ahí en ese lugar que tal vez ni sus abuelos conocían nadie iba a encontrarla. Aquel bosque oscuro iba a tragársela...

//

—¿Cómo que corrió hacia el bosque?— preguntó Dante, tomando a su hijo por los hombros. Parecía desesperado.

—Ayúdame a encontrarla— La voz de Gabrielle era débil y sus ojos verdes estaban tan cristalizados que parecía que las lágrimas brotaría en cualquier momento. No lo hicieron. Él había pasado horas recorriendo el bosque en busca de Ana sin éxito alguno, y cuando el sol comenzó a esconderse el pánico hizo que corriera por ayuda...de nuevo.

A todos los presentes en la sala les llevó un momento darse cuenta que debían salir a buscarla de inmediato, era invierno y la temperatura descendía, si ella seguía afuera moriría de hipotermia.

—Raimondo tampoco ha regresado— la voz de Alonzo casi imperceptible hizo que notaran que, en efecto, Raimon que había salido en un caballo hace más de cuatro horas tampoco regresó.

//

Raimondo estaba en su lugar favorito, el arroyo.

Cuando niño, con apenas seis años, su padrino, Dante le enseño a montar a caballo, o más bien a un pony. Y el primer recorrido que hizo fue el sendero que daba hacia el arroyo que se encontraba en medio del bosque perteneciente a la mansión, claro aquello fue mucho antes de la adopción de Gabrielle, sin embargo, aquel seguía siendo su lugar favorito, lo considera un refugio.

Con sus quince años Raimondo se consideraba, a sí mismo un prodigio en equitación, tenía su propio establo en la mansión de sus padres, y amaba a cada uno de aquellos caballos, pero, sus comienzos habían sido con y gracias a Dante, y para cuando gano su primera competencia de equitación, a los trece años, él le obsequio un potrillo—Shallow— de dos años, hijo de sus más preciados ejemplares de caballos árabes, y Raimondo, viendo al animal tan pequeño, se sintió imposibilitado de separarlo de su madre, y lo dejo ahí, junto a ella, esperando a que creciera.

Y en ese momento sentado sobre Shallow, —que para ese entonces ya cruzaba los cuatro años—, mientras acariciaba su suave crin color castaño se preguntó si era tiempo de llevárselo consigo.

Cuando el escucho sollozos, al principio no le importó, se imaginó que era el sonido del viento helado golpeando las hojas y ramas de los árboles de shepora, pero cuando hoyo algo cayendo al arroyo, sus alarmas se encendieron.

Él ya había estado disponiéndose a regresar a la mansión para cenar, peor regreso al arroyo que estaba a pocos metros y al momento en el que llego, no podía ver nada. Estaba todo oscuro.

Sus ojos tardaron un poco en captar las estelas de la superficie provocadas a causa de un gran movimiento debajo del agua y tardaron un poco más en ver la bufanda rosa que flotaba sobre las oscuras aguas del arroyo.

//

Ana sufrió un ataque de pánico, su corazón comenzó a latir más rápido, y no podía respirar bien... ¡se estaba asfixiando! El miedo se apodero de ella y en medio de un debate interno por encontrar una manera de detener aquello, considero que era buena idea lanzarse hacia el agua helada, que así reaccionaria...

No paso.

La oscuridad realmente iba a tragársela.

...

Ana sintió que algo rodeo su cintura, y el terror se apodero de ella ¿A caso algo dentro del agua se la estaba llevando? ¿Algún animal? ¿Un monstruo? Su mente en ese momento presa del horror ideo un sin número de escenarios, en ninguno de los cuales ella sobrevivía a eso que se la estaba llevando.

Ella comenzó a patalear y a golpear intentando escapar del monstruo, pero luego este le sujeto las manos y la acerco a su pecho y entonces, ella se detuvo.

Al principio pensó que era él, que como siempre había a llegado a rescatarla, que había escuchado su llanto desde donde quiera que hubiera estado y que había corrido a por ella. Y ese solo pensamiento, la calmo.

Pero luego al llegar a la superficie no se encontró con los ojos verdes que esperaba, sino con aquellos ojos azules, aquellos ojos que sin querer su mente aterrada le había puesto al monstruo que se imaginó instantes atrás.

Cuando Raimondo logro llegar a la superficie, sintió como Ana, al verlo trato de empujarlo con ambas manos y pese al dolor e ira que eso le causo al principio, lo agradeció porque esas fuerzas indicaban que ella seguía respirando, que seguía consiente...que seguía con vida.

Aquel rechazo de Ana no duro más que unos segundos, porque luego se aferró a él fuerte, y el la abrazo de la misma forma, quería que se sintiera segura, y sin soltarla, con mucho esfuerzo logro sacarla del agua, sentía su pulso acelerado y tenía mareos, pero lo dejo aún lado debía haber sido el susto. Sabía que Ana sentía mil veces más terror que él y que si la soltaba tal vez no se podría mantener en pie; así que con mucho cuidado intento subirla al lomo de Shallow, pero ella no quería soltarlo.

—Bien, pero al menos ponte mi abrigo, está seco y hace mucho frío—, luego de que Raimondo dijera aquello Ana aflojo su agarre, y él aprovecho para meter sus brazos en el abrigo y cerrárselo, pero luego de eso Ana volvió aferrarse a él.

Ella temblaba violentamente—Raimondo no sabía si era por el frío o por el miedo—, después de varios minutos de tener a Ana sobre su regazo, él pensó que Ana pesaba muy poco, que era muy pequeña...muy frágil.

—No tienes los ojos de un monstruo— Ana por fin hablo. 

ADORO-  El diario de AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora