• CAPITULO 23 •

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>Evan<

Desperté en la cama de Ramiro con un brazo fuera de la playera y él, sin esta, extendí mi mano hacia el cajón a lado de la cama y encontré un par de condones con sabor.

—Ramiro —Piqué su costilla mientras me acomodaba la playera que estaba enredada entre mi cuerpo y los malditos tubos del oxígeno—. Despierta, Mapache.

—Buenos, ¿días? —Me miro confundido examinándome de arriba a abajo—. ¿Qué hiciste?

—La pregunta es, ¿qué hicimos? —Señalé su pecho desnudó.

—No lo sé —Se llevó las manos a la cabeza hasta los pies mientras ambos intentábamos recordar todo al cien por ciento—. No hicimos nada, al parecer solo nos babeamos y...

—¿Qué?

—Tu cuello —Busqué un espejo entre mis cosas y me revisé el cuello, tenía un estúpido chupetón muy visible de lado derecho.

—¿Qué hiciste, tarado? —Pasé mi dedo sobre la mancha roja esperando a que fuera pintura, pero efectivamente no lo era—. ¿En qué estabas pensando?

—Tú fuiste el de la idea, creo —Tenía la mayoría de la noche un poco borrosa o llena de chistes muy malos.

—Definitivamente esa no era nuestra dosis —Me levanté sintiéndome bien, parecía haber disminuido un poco las náuseas y el dolor, aunque seguían ahí—. ¿Qué carajo hicimos, Ramiro?

—Solo nos besamos.

—¿Y los condones? —Por fin algo se conectó en mi cabeza y recordé la mayoría de la noche—. Tu mamá no los dio.

—Ay, qué horror —Se llevó las manos a la cara y después vi su rostro totalmente ruborizado, a mí también me incomodaba un poco que su madre nos regalará condones—. Y ya sé lo que se nos viene.

—¿Por qué o qué?

Voltee a ver hacia la puerta, venía su madre con una gigante sonrisa y folletos en la mano. Él seguía desnudo del pecho y mi apariencia tampoco era muy buena; así que ambos corrimos al baño.

—¡Salte, yo tengo un chupetón en el cuello! —Era más incómodo si nos encontraban a ambos en el baño.

—¡Y yo estoy medio encuerado!

—Salte, baboso —Lo empujé fuera del baño, me vi en el espejo y efectivamente tenía una marca en el cuello que no se iba a borrar con facilidad.

—Evan —Tocó a la puerta— ¿Ya te sientes mejor?

Por un momento pensé que era lo que intentaba insinuar y al pensarlo más, era buen pretexto para mi apariencia algo demacrada. Tampoco era una gran mentira.

—Sí, ya me siento mejor —Salí con una mano en el costado que no era mentira que me estaba doliendo, al parecer había hecho más esfuerzo del que debí—. ¿Cómo está, señora?

—Muy bien, gracias por preguntar —Sonrió de una manera muy dulce, parecía siempre tener ese brillo idéntico al de Ramiro—. Tengo algo que hablar con ustedes.

—¿Sí?

—Pero creo que sería mejor también hablarlo con una profesional —Ramiro me volteó a ver un poco asustado—. Quiero que me acompañen a una plática de educación sexual que se dará en el hospital.

Era obvio que no podríamos evitarlo, no era ignorante sobre como funcionaba, pero sí había ciertas cosas que me gustaría escuchar. Cuando llegamos vimos a otras parejas, todas conformadas por una mujer y un hombre.

HASTA EL ÚLTIMO SUSPIRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora