Tic-tac. Un cuervo menos.

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«Los zorros tienen una esperanza de vida de cinco años, ¿de verdad crees que encontrarás un cuerpo adecuado para Anne antes de ese tiempo?», las palabras de la superiora Jane resonaron en mi cabeza. Apreté tanto los dientes que estos chirriaron por el duro contacto. «Cuando veas que se agota el tiempo volverás a recurrir a la magia negra. Y así una y otra vez porque cada vez será más fácil y los remordimientos cada vez menos. ¿Entonces qué te impedirá encontrarle un cuerpo "seguro" por tu propia cuenta?».

Se equivocaba.

Yo no era malvada, yo nunca acabaría con la vida de alguien aunque con ello pudiera salvarla. No necesitaría llegar a esos extremos por Anne, en algún lugar, existía el recipiente vacío perfecto. Simplemente tenía que encontrarlo en el momento justo, en el instante preciso que un alma abandonara el cuerpo. No era tan difícil. «Y, sin embargo, ya han pasado tres año desde lo sucedido», me recordó esa voz pesimista de mi cabeza.

Los cuervos que danzaban a mi alrededor se detuvieron, eso solo podía significar una cosa: debía acabar este negocio cuánto antes.

— ¿Han traído lo que pedí? —pregunté sin levantar el rostro, temerosa de que vieran quien se ocultaba tras la capa harapienta que cubría mi joven cuerpo.

El pedazo de tela, si todavía podía llamarse así, había pertenecido al anterior nigromante que había habitado este bosque. Tras su muerte, yo había ocupado su lugar.

— Sí. La sangre del padre y de la madre del chico, un objeto que le pertenezca y las vísceras de un borracho asesinado hace unas horas —enumeró una voz masculina.

— Antes de proseguir...

Interrumpí mis palabras cuando percibí algo acercándose. Preparada para lanzar un encantamiento, me tranquilicé al ver a Anne avanzar moviendo su cola hasta posicionarse a mi lado. No me gustó la mirada que le lanzó el hombre que acompañaba a mi cliente.

— Cómo decía, antes de proseguir, mostradme el dinero. —El hombre sacó una bolsa y la movió ante mis ojos, las monedas tintinearon. Las lanzó demasiado cerca de Anne—. Si sufre algún daño, utilizaré las vísceras para maldecir a toda vuestra estirpe. ¿He hablado lo suficientemente claro?

— ¡Es un estúpido animal!

— ¡No es solo un estúpido animal, imbécil!

Con un suave movimiento de muñeca lo lancé por los aires. Cayó inconsciente al chocarse con un árbol. «Cada vez será más fácil». «Cállate, mamá Jane».

— ¿Proseguimos? —pregunté como si no hubiera pasada nada segundos antes. La mujer encapuchada asintió, no sabía quién era pero por la tela del vestido que dejaba entrever la capa era de la nobleza.

— M-mi hermano... —No la dejé acabar, le dije que sobreviviría y guardó silencio.

Saqué de entre mis ropajes la calavera que utilizaba para mis rituales, pertenecía a mi madre, a mi verdadera madre. Una dama blanca que murió protegiendo a las suyas. Se revolvería en su tumba si supiera lo que había hecho con sus restos, pero Anne se lo merecía. No debería haber resultado herida aquel día, no merecía morir.

Rodeé la calavera con las vísceras y dejé caer la sangre de ambos progenitores de manera que esta se deslizara por todo el cráneo. Saqué la espada que tiempo atrás fue bendecida por mi clan y que ahora profanaba con magia oscura, murmuré el hechizo adivinatorio y clavé la espada que ahora emitía un fulgor verdoso.

Varias imágenes aparecieron en mi cabeza. Un trono destruido. Cuatro tumbas de adultos y una de un infante. Una guerra, sangre, devastación, más sangre, hambre, mucha más sangre y finalmente muerte. Sentí un chispazo y dejé caer la espada que chocó contra el suelo obligando a Anne a retroceder.

— Marchaos—le ordené a la mujer. Me preguntó que qué había visto—. Lleváis en vuestro seno al hijo ilegítimo del rey. Si permanecéis aquí, vuestro hijo no llegará a vivir doce primaveras.

— ¿Cómo? No entiendo...

— La adivinación no es precisa, pero las imágenes no mienten. Si insistís en quedaros aquí, vuestro hijo morirá junta al resto de la familia real. Se desatara una guerra y todo el reino sufrirá. Si os importa vuestra descendencia, no diréis a nadie de quién es hijo y os alejaréis lo más posible. Ahora idos, mi trabajo ha terminado.

La mujer salió corriendo en busca de su hermano y ambos se fueron como si nunca hubieran estado aquí. Nunca entendería el proceder de los cortesanos. Nos rechazan a la luz del día, pero piden nuestros servicios al caer la noche.

Levanté la mirada y observé como la luna llena se alzaba gloriosa en el cielo. Ya acostumbrada no me sorprendió cuando uno de mis cuervos cayó fulminado haciendo un ruido sordo. Uno menos. Ya solo quedaban treinta y dos. Menos de dos años para encontrar una solución para Anne.

«¿Serás capaz de dejarme ir si no encuentras un cuerpo a tiempo?», me preguntó una vez mi chica y yo no fui capaz de responder. Quería creer que sí, pensaba que sí, pero el tiempo se escapaba entre mis manos y ya no estaba tan segura como antes.

Me interné en el bosque consciente de lo que encontraría en el interior. Anne. Anne con su larga melena rubia, su cuerpo salpicado por la luz de la luna y sus ojos verdes resplandecientes. El viento volvía a traerme fragmentos de mi conversación con mamá Jane: «Solo en las noches de luna llena Anne recobrará su verdadera apariencia, el resto del tiempo no será más que un vulgar zorro. ¿Vale realmente la pena haber renunciado al clan y a la magia blanca por una noche al mes?».

El amor que me inundaba al verla tenía la respuesta: Sí. Lo valdría aunque solo pudiera verla una hora, minutos o incluso segundos. La amaba y eso era lo único importante. No obstante, en mi cabeza seguía rodando la imagen de los sesenta cuervos que antes bailaban a mi paso. Abracé a Anne lo más fuerte que pude.

«Treinta y dos cuervos, treinta y dos noches junto a ella». «Todavía hay tiempo». 

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