Nos capturaron sin hacer distinciones de ningún tipo y nos pusieron en unas cambras de dimensiones muy diminutas del barco. Yo tenía los ojos húmedos, como muchos otros. Me sentía impotente y temía por mi incierto futuro. ¿A dónde se dirigía ese navío? ¿Volvería a ver el lugar donde nací?¿Dónde estaba mi familia?¿Podría reunirme con mis hermanos? Estas preguntas, como muchas otras que formulé, no tenían respuestas en ese momento.
Miré mi entorno. Al principio, no veía nada a causa de la poca luz que se filtraba. Después distinguí formas negruzcas por doquier. Había, en la pequeña estancia, una multitud tan grande que nadie podía moverse con facilidad y costaba incluso respirar. Otro factor negativo del largo viaje es el vaivén de la embarcación, el cual mareaba a todos los pasajeros. Nadie vomitó porque no había ningún alimento en nuestros hambrientos estómagos. Lo peor de todo no fue el rodamiento de cabeza sino el frío, un frío intenso cuya existencia ignorábamos.
La mayoría de los presos perecieron durante la travesía transoceánica. Pensé que era un afortunado por haber sobrevivido pero después opiné el contrario. Nos dividieron en grupos y nos subastaron. Mi nuevo amo me vendió poco después de adquirirme. Desde entonces he pasado por diversas manos mientras mi valor augmentaba considerablemente. El penúltimo propietario que tuve me puso en agua y me lavó (¡cómo agradecí su cortesía!). Poco después me dio otro baño pero esta vez en un líquido un poco diferente y me secó con aire caliente. Bajé la guardia pensando que era bondadoso. Pero el muy demente me lanzó entonces, junto con otros, a un lugar abrasador. Mis compañeros sucumbieron uno por uno mientras yo me resistía; no podía morirme sin antes vengarme de ese hipócrita traidor. Viendo que el horno no era suficiente para acabar conmigo, él me puso en un recipiente repleto de aceite caliente y cerró herméticamente la entrada...
Estuve mucho tiempo en la lata con los cadáveres de mis congéneres. Durante esos días reflexioné y decidí perdonar a mi penúltimo amo. Así me libré de vivir en el odio, una tortura muy dolorosa (mucho más que vivir en aceite). Un día alguien abrió la compuerta de mi cárcel. Mi liberador, en verme, exclamó:
---¡Esta sardina aún está viva!
Mi último propietario me hizo un gran favor eliminándome de este mundo lleno de sufrimientos. ¡Por fin pude reunirme con mis hermanos y mis padres! ¡Qué alegría!
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Un singular relato
Short StoryCapturados y encerrados, lejos de su hogar. Navegando sin rumbo ni noción del tiempo. Apresados en una diminuta, húmeda y oscura habitación, que futuro desampara para nuestro protagonista?