CAPÍTULO 14.
Encantada por la receptividad que veía en su padre adoptivo, Candy lo escaneó con la mirada. Estaba más delgado. No quería comer casi nada.
—Estoy bien, de verdad —aseguró William, cuando se percató de la mirada de Candy—. No te agobies. Candy asintió. Nadie a excepción de ella conocía la verdad sobre la salud de su padre. Aquello le pesaba como una losa, pero estaba dispuesta a guardarle el secreto hasta que él lo contara a las personas que creyera necesario. Era una decisión de su padre adoptivo, no suya. Al entrar en el ático, ahora con cajas por la mudanza, William la cogió de la mano y, llevándola hasta la habitación, dijo sonriendo:
—¡Espero que te guste! Candy, que no sabía a qué se refería, gritó emocionada al ver el lugar, el armario, la cama, la vista.
Dios mío.
—Gracias Padre.
—Lo mereces, Candy.
En verdad me lo merezco, Candy no lo creía, pero si es mi padre adoptivo quién me no dice puedo negarme.
Las horas, los días, los meses fueron pasando rápidamente, después fue un año.
William se encargó de cambiar el nombre de Candy White. Ahora era Candice Andley, su hija. William estaba transformando a una chica llena de miedos a una gerrera dispuesta a enfrentarlo todo en la vida.Tras enterarse por las noticias de que los Andley estaban en juicios por un tema de evasión de impuestos, Candy no tuvo duda que Terry había hecho algo. Estaba preocupada como era de esperar, pero no podía hacer nada, toda su prioridad en ese momento, era su padre adoptivo.
Y así día a día Candy se convirtió en la luz de William. Era su amigo, su hermano, su padre, su maestro y como buena alumna Candy aprendió todo lo que Alguna vez la tía Elroy le habia impuesto , pero la diferencia era que Wiliam le dio amor puro y desinteresado. William formó a Candy del barro a una escultura sólida, fuerte, y resplandeciente como el oro, Ahora, Candy atraía la atención allá donde pasaba. Pretendientes no faltaron, mejor digo; sobraban. Citas todos los días, pero Candy sólo aceptaba por William.
--Es importante para ti.— Dijo William—Algún día deberías darte otra oportunidad —señaló—. No todos los hombres son como el idiota de tu ex. Candy sonrió y, tras beber agua, afirmó:
—Los que yo conozco, sí.
—Quizá no le das la oportunidad a los que merecen la pena por tus propios prejuicios. Candy no contestó y, tras beber agua él también, insistió:
—Una de dos, o en este mundo todos los hombres se están pasando a mi edad o son cortos de vista, porque no es porque yo te quiera pero, pequeña, ¡hoy por hoy eres un auténtico bombón! Divertida por su comentario, Candy se rascó la cabeza.
—Anda, bombón, vayamos a dormir, que estoy muerta.
Por su puesto jamás llegó a besar otros labios, ni tocar otro cuerpo. Candy en su tonto interior sólo era de un hombre, un hombre que destrozó sus sentimientos.
Tonta, Terry nunca me prometió los suyos.
Los primeros días, Candy lloro cada noche. Aunque Candy no quería hacerlo, era inevitable. El dolor que llevaba dentro la invadía en la cama. William la escuchaba, pero nunca hablaba del tema con ella, eso era algo que Candy necesitaba vencer sola. Poco a poco y teniéndola ocupada Candy enterró su dolor, y las lágrimas dejaron de salir.