Miranda

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No hay nada más divertido que observar el comportamiento ajeno. Claro, siempre que los demás no observen el nuestro. A veces Miranda pensaba y se preguntaba cómo las demás personas la verían a ella. ¿Creerían que era común o rara? ¿Creerían que era sociable o solitaria? Una pregunta que le preocupada era si olería bien. Siempre le interesó el olor de su piel; cuando tomaba un baño, se secaba, y se olía la piel del hombro. Le gustaba sentir el aroma del jabón. Pero sabía que no duraba todo el día. Por esa razón se preguntaba si olería bien. O al menos si olía a algo.

Pensaba en sí misma como un potus. Si lo riegas, esta contento y feliz, pero si no, a los cinco minutos está fumando el segundo atado de cigarrillos. A su familia no le gustaba eso. Uf! Familia, bueno. Estaba compuesta por su padre, que en verdad era muy dulce y con un tono de voz suave, de esos tonos que te hacen sentir cómoda, como si estuvieras en una cabaña sentada frente a la hoguera. Antes estaba su madre, pero murió seis años atrás de cáncer de pulmón. Ahí tienen el por qué a su padre no le agradaba que Miranda fume. 

Tenía 17 años. Físicamente era alta, bastante, rondaba el metro ochenta. Tenia un pelo rubio oscuro que le llegaba por los hombros, lleno de ondas suaves, como cuando las olas rompen en la orilla. Sus ojos eran castaños claros, grandes, nada del otro mundo. Igualmente, nunca le dió importancia a su apariencia, aunque si había algo que le molestaba era el hecho de ser demasiado delgada. Ni una condenada curva. En el colegio corrían rumores de que tenía trastornos alimenticios, y esa clase de rumores que nunca son ciertos.

Solía salir los viernes, a algún lugar donde la música fuera de su agrado. Se juntaban en su casa o en la casa de su mejor amiga Karen. Miranda, Karen y Laura. Bebían algo, comían gomitas frutales con vodka, se colocaban, y salían al antro donde se encontraban con sus demás amigos y conocidos. A veces Miranda los miraba y parecían otras personas; llegó a ver a uno de sus amigos hasta con cinco ojos. Y a Laura con fuego en vez de pelo. Y castillos donde las puertas eran sonrisas. Y Miranda reía y bailaba. Le gustaba su mundo de drogas, y sus amigos con muchos ojos y fuego, y su música fuerte, y su mente se ponía a pensar, y terminaba teniendo malos viajes estando colocada.

Claro que su padre no sabía que tan amiga de la noche era. También le gustaba la moda, pero no le agradaba que la etiquetaran de snob. Le gustaba la moda más arriesgada, o al menos eso le decían sus amigas. Ella simplemente usaba lo que le gustaba. Y era feliz leyendo, disfrutaba de leer muchos géneros. Pero sobre todo literatura griega, y Nietzsche. 

A veces se sentía como una mezcla de cosas de mundos que no suelen mezclarse. Con mundos me refiero a construcciones humanas, el mundo de los nerds, el mundo de la gente cinefila, el mundo de la gente amante de la moda, etcétera. La verdad no estaba segura de si lo que sentía era producto de esta mezcla que tenía en su mente. A veces simplemente no entendía nada. Pero a menudo le sucedìa que miraba todo a su alrededor, y veía el mundo, las cosas, y las cosas que componen las cosas, la gente, las actitudes, las construcciones. Todo lo bueno y todo lo malo. Sí, bueno y malo, pero todo tan perfecto que sentía que todo esto la sobrepasaba y que en cualquier momento iba a explotar. Sentía como si su cuerpo fuera una jaula, se encontraba a sí misma limitada.

A veces pensaba en el suicidio. No de manera dramática, si no de un modo simple, en el sentido de que no lo haría por cuestiones profundas. Sentía deseos de tomarse quince tabletas de valium y comer algunas gomitas con forma de ositos con vodka. Porque se sentía sobrepasada por el universo y su perfección. Pero pensaba también en que si lo hacía, se perdería de ver más perfección. Era una persona contradictoria, pero igualmente su círculo de amigos la quería, con sus idas y vueltas, con sus cambios de humor constantes.

Y así fue como un viernes se juntaron todos en la casa de Karen. No solo Laura, Miranda y Karen. Todos sus amigos y conocidos. Y mientras bebían y reían y jugaban y se besaban y se tocaban y se drogaban, Miranda fue hacia el baño, abrió el botiquín, y se tomó muchas pastillas. No las contó, pero calculó que serían suficientes. Volvió hacia el living, y uno de sus amigos le sirvió de tomar. Un vaso tras otro, mientras ella observaba como todos eran felices y hacían cosas malas y buenas a la vez. Y sus ojos comenzaban a pesarle, y se le escapaban risas mezcladas con gemidos. Feliz comenzó a desvanecerse, y lo último que sus ojos vieron fue a su grupo de amigos feliz; y lo último que sus oídos escucharon fue la risa cuando ella cayó al suelo, creyendo que se había pasado de copas.

Al menos no se enteró cuando todos gritaron desesperados porque no reaccionaba. Al menos no se enteró cuando todos lloraron porque ella ya no volvería. Y se elevó feliz.

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