- La dejé – dije apenas contestó su teléfono –
- ¡¿Qué hiciste qué?! – alzó la voz y pude sentir como su enojo afloraba –
- La dejé. Dejé que se fuera – respondí indiferente –
- No lo entiendo, ¿por qué? – contestó molesto –
- Porque no sentíamos el mismo amor que solíamos sentir y ella quería salir de esto, así que la dejé ir – respondí y al mismo tiempo levanté del piso y me senté en aquella silla que ambas habíamos comprado en una feria de arte –
- Y... ¿Estás bien?, digo... ¿No vas a matarte, verdad? –
- Yo no... No lo sé, ¿Qué se supone que debería sentir? – me callé unos segundos – Quiero decir, al principio estaba enojada, porque no podría tenerla más de la forma que solía tenerla. No podría decirle las cosas que solía decirle, o estar con ella de la forma en que solíamos estar. Quiero decir, ¿ella lo quería verdad? No podía obligarla a quedarse si ella no quería, ¿o sí? – y sentí como el pequeño nudo en la garganta comenzaba a tragarme lentamente y traía fuego a su alrededor. –
- ¿Dónde estás? No te dejaré sola, termino esto e iré a acompañarte –
- No, no quiero que vengas aquí y pierdas clases por mi culpa. – honestamente no quería que viera que en realidad no estaba para nada bien, había más de veinte mil millones de lágrimas derramadas por toda mi habitación, el baño, el sofá y aquella maldita silla que ella había decidido no llevarse –
- Te conozco y sé perfectamente que no quieres que vaya, puedo sentirlo. Pero quiero que sepas que iré de todas formas, porque necesitas un hombro sobre el que llorar, gritar y golpear, aunque espero que no me hagas tanto daño – pude sentir que sonreía y fue inevitable sonreír a pesar de las mil y una lágrimas que estaban cayendo por mi rostro –
- Soy un gran desastre, créeme que preferiría que no tuvieras que verme de esta manera. Nunca nadie lo ha hecho, lo entiendes, ¿verdad?. Y tú eres mi amigo, y un psicólogo casi graduado y sé que tengo terapia gratis y a domicilio, pero esto es demasiado. La única persona que alguna vez me vio en este estado fue... - me callé, simplemente no soportaba articular su nombre, y si lo pensaba... dolía –
- Louise, ¿cierto?... Lo sé. Tienes que confiar en mí, yo sé que puedes y sé que quieres tener en quien confiar, con quien hablar, necesitas un amigo que haga subir tus ánimos y vuelvas, algún día, a los bares a los que antes de Louise solíamos ir. Así que tienes diez minutos para arreglar lo que sea que tengas que arreglar, porque acabo de subirme al taxi que me llevará hacia ti. No te enojes, sabes que lo hago porque te quiero –
- Eres un maldito bastardo, ¿eh?. ¿Te había mencionado que te odio? Porque es así, te odio. Siempre... ugh – me quejé – supongo que tendré que arreglar este desastre en tiempo record, te veo aquí. Te odio, adiós. – Sé que sabía cuánto lo quería y que agradecía todo lo que hacía por mí, que mi odio por él era el cariño más grande que alguien podía darle a un amigo.
De todos, todos mis récords, ordenar en un tiempo mínimo era el mejor. Agradezco haber dejado que Louise comprara el piso flotante para que yo no tuviera que aspirar nunca más esa horrenda alfombra que traía nuestro piso, de lo contrario no habría podido quitar nunca los vidrios rotos del florero que lancé hace unas horas y la diminuta basura que hice con las cartas mal escritas y manchadas que pretendía entregarle, al triturarlas.
Recuerdo cuando hace unas pocas horas, mi perra Heiyma me observaba desde la puerta del baño, mientras destrozaba nuestro apartamento con enojo y tristeza. ¿Habrá pensado que soy un monstruo? Necesitaba recoger los cuadros con las fotos de todas nuestras vacaciones, con cristales hechos añicos por encima. Necesitaba recuperar la calma, necesitaba reponerme. Necesitaba recordar porque diablos me había dejado enamorar, cautivar, volver loca por ella y tiene que haber sido en ese estúpido empleo de verano. Habría deseado estar perdiendo tiempo en el baño, fotocopiando archivos o incluso habría preferido estar haciéndole favores a la asistente del jefe, pero no.
"Siempre serás mi debilidad porque..."
- ¿Porque son los más lindos? ¡Diablos! Tenía que ser hoy... - maldije molesta por no tener la suficiente inspiración para terminar de escribir las estúpidas frases de las tarjetas románticas – Maldito empleo – susurré tan bajo que casi ni yo alcancé a oírme.
- ¿Porque si tú sonríes, sonreiré contigo? – No estaba segura de si era mi imaginación, hasta que sentí su respiración por encima de mi cuello. Me giré un poco asustada, y luego la vi – Lo siento, pensé que podría ayudar. No soy buena para esto, pero es un buen empleo, ¿sabes? Sólo... hay que ser bien inspirada y escribir – Sonrió, mostrando sus brillantes, pero no demasiado blancos dientes. Y ahí estaba, toda la inspiración que necesitaba para el día. Sus ojos marrones, pero no oscuros, ni claros, ni rojizos. Sus gruesos labios y su cabello, extraño también, de un color castaño con colores oro y cobre que resaltaban al iluminarse con el sol que entraba por la ventana a mi lado.
- ¿Hola? – Dijo al percatarse de que no dejaba de observarla –
- Hola, hola, lo siento – mis mejillas ardían y no pude evitar llevarme las manos a la cabeza – ¿Eres nueva aquí? Tengo la sensación de que jamás nos habíamos visto –
- Es mi primer día, sólo vengo por hacerle un favor al hijo del jefe, el cual es casi mi mejor amigo. Lo bueno de eso, es que recibiré pago y además puede que refuerce un poco más mis conocimientos sobre la vida filosófica.
- Guau, tu vida parece bastante interesante – sonreí amistosamente, ella era... hermosa - ¿Y trabajaras día completo o sólo por turnos? – Curiosidad, maldita curiosidad. Pero solo quería saber cuan a menudo la vería, quizás podrían subirme el pago por menuda inspiración.
- Tarde. Turnos de tarde. Por la mañana debo completar un curso que estoy haciendo, así que solo por la tarde.
- Será un gusto verte por aquí. Entonces, ¿no conoces a nadie? – curiosa, curiosa, curiosa –
- No, eres la primera persona con la que hablo, así que se podría decir que estoy sola en este trabajo que me obligaron a tener – río con ironía –
- Oh, bueno. Debo decir que, creo... que llegaste muy tarde tu primer día de trabajo - por favor –
- En realidad... hoy no tenía que venir, tenía miedo de como funcionaba todo por aquí, así que vine y estoy tomando un recorrido sola, y trayendo algunas cosas que el día lunes me servirán para este empleo-favor, claro. – Se llevó ambas manos a la cabeza haciendo un gesto de colapso – ¿Tienes... hambre? – preguntó muy directamente –
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Louise.
RomanceUna pequeña historia de amor, de dos mujeres que podrían haber dado lo mejor de la otra para salvarlo todo, antes de que cayera en pedazos. La historia, tiene su inicio desde el final, donde en el desarrollo de la narración no quedan más que recuer...