Erin

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-¡No! -pronunció Erin, dando un paso hacia atrás al pensar que su mayor miedo estaba tomando forma

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-¡No! -pronunció Erin, dando un paso hacia atrás al pensar que su mayor miedo estaba tomando forma.

Había aceptado salir con su amigo Samuel para disfrutar una tarde de paracaidismo. Samuel llevaba aproximadamente ocho meses saliendo con Erin, él era un joven estudiante de comunicación social que conoció en una fiesta en la Universidad de California. En aquella ocasión, él se había hecho pasar por un estudiante de su misma facultad con el ánimo de seducir a la chica. Erin, por su parte, no había caído en aquella mentira y finalmente la verdad salió a la luz. Luego de aquella fiesta, siguieron hablando, aun cuando Erin evitó a toda costa seguirle el juego, él nunca manifestó que la perseguía por querer conseguir sólo sexo, o formar una relación sentimental; aquel lazo que forjaron era de simple amistad y, gracias a Samuel, ella descubrió una faceta totalmente desconocida sobre sí misma. Junto a Samuel, habían acudido a varias fiestas en cada rincón de Los Ángeles, hacían deportes extremos, un sinfín de emociones y mucha adrenalina, sensaciones que nunca antes había descubierto.

Samuel contaba con la misma edad que Erin: 20 años. Aunque sus facciones lo hacían ver como un chico adolescente, tenía una cara que Erin describía como tierna: de ojos grandes marrones y el pelo castaño tupido como a lo Johnny Bravo, alto y de contextura delgada.

Desde aquel momento, cada fin de semana era un plan diferente y esta vez consistía en caer en paracaídas desde un helicóptero en el Parque Estatal Topanga. Todo estaba dispuesto para iniciar el descenso, con cascos, rodilleras y coderas puestas; incluso tenían chalecos con arneses. Justo en el último minuto, Erin cayó en la cuenta de que le temía a las alturas. Había mantenido oculta esa verdad para Samuel y ya lista para descender, se sentía como una tonta.

-¿Qué sucede? -preguntó Samuel, fijándose en el rostro horrorizado de Erin, que miraba hacía el vacío que frente a ellos se desplegaba.

-No puedo hacerlo -le contestó la chica-. Le temo a las alturas, no quería decepcionarte ni que pensaras que soy una aguafiestas, pero estoy asustada.

-Nunca he pensado eso de ti -refutó Samuel, con una sonrisa.

-¿Entonces ya no saltarán? -preguntó el instructor, un hombre macizo de tez morena que contaba con la misma seguridad que ellos: rodilleras, casco y coderas; de igual forma, llevaba unos guantes de carnaza.

-Sí lo haremos -respondió Samuel al hombre-. Superarás tu miedo -le dijo a Erin, viéndola a los ojos, junto con una sonrisa y un apretón de manos.

Sam sintió el sudor que desprendían las manos de Erin; de cualquier forma, no la soltó, ni dejó de sonreír.

-De acuerdo -contestó la chica, soltando una fuerte bocanada de aire.

-Relájate, no dejaré que te pase nada -le tranquilizó Samuel.

-Yo iré contigo y otro compañero saltará con tu amigo -intervino el instructor.

Erin asintió con su cabeza sin siquiera pronunciar una palabra. Estando todo en orden, se subieron al helicóptero. Éste comenzó a ascender, mientras el instructor explicaba todo lo que se debía hacer una vez saltaran.

-Te arrodillarás sobre aquel borde -señaló el instructor macizo-. Cuando saltemos, te agarrarás de los tirantes y luego te daré una señal dando un ligero golpe en tus hombros, ¿de acuerdo?

Erin asintió. No tenía valor para pronunciar algo diferente a un grito; aunque aún no saltaba.

-Cuando toque tus hombros extenderás las manos y cuando sientas un tirón, volverás a tomarte de los tirantes. ¿Entendiste?

-Entendido -contestó la chica en voz baja.

-Somos profesionales, no pasará nada, sólo disfruta la experiencia, una vez estés en el suelo te sentirás diferente.

-Eso espero -pronunció Erin.

La chica se arrodilló siguiendo las instrucciones recibidas, después, el instructor abrochó el arnés de Erin con el suyo. Samuel sonrió hacia su amiga.

-Nos vemos en el suelo -pronunció Samuel, y Erin le sonrió como respuesta.

La chica sentía la tibia respiración del instructor en su cuello. El nerviosismo se manifestó, cuando segundos después, se vio flotando en el aire. No había reaccionado respecto al repentino salto con aquel hombre, pero un vacío en su estómago se apropió de ella.

Luego de unos segundos, Erin recibió la señal en los hombros y extendió las manos. No podía evitarlo, un grito salió de su boca.

-¡Oh, por Dios! -exclamó la chica, sintiendo el viento en su cuerpo; todo se veía tan pequeño desde aquella distancia.

Miles de pensamientos pasaron por su mente. ¿Cómo lo estaría pasando Samuel? Era tan fuerte, decidido y aventurero, a pesar de su fachada seria e intelectual: era dinamita pura y ella estaba feliz de haberlo conocido.

Como mecánica que no supo descifrar, sus manos se aferraron a los tirantes del arnés que le habían puesto. Sonrió tontamente, mientras seguía descendiendo. No aguantó más tiempo el vacío que la inundaba y gritó una vez más. Un gritó de felicidad, felicidad por haber conocido a Samuel, por vivir nuevas aventuras que nunca antes había hecho; y, sobretodo, por vencer uno de sus mayores miedos junto a él.

Despiadada Venganza © [disponible en físico] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora