Prólogo

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Para mi hermano David,

quien al igual que Tomás, tiene un alma sensible y posee esa determinación y esa energía arrolladora para defender su propio criterio.





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Una sonrisa perversa y satisfecha asomó a mis labios incluso antes de soltar el primer globo de pintura.

Me encontraba asomada en el balcón del laboratorio de química, aguardando a que mis objetivos estuvieran bien posicionados. Hubiera preferido atrincherarme en el 407, el salón del grupo de teatro, cuyas cortinas pesadas, oscuras y empolvadas brindaban el escondite ideal.

Pero los de teatro habían decidido reunirse ahí aquel día, inmediatamente después de que sonara la melodía estridente y la voz chillona de una cantante de pop adolescente. El rector se había dejado guiar por la popularidad que tenía esa clase de música entre los estudiantes. Pero si hubiera estado en mi mano elegir una canción, habría sido, sin dudarlo, algo de Pearl Jam, Guns N' Roses, Ozzy Osbourne, Queen, Aerosmith o Bon Jovi entre otros, por no extenderme con la lista.

¿Qué se le iba a hacer?

Tener mal gusto no era un delito, aunque yo hubiera preferido seguir escuchando la campana monótona y ensordecedora de hace dos años.

Era el día de las fotos anuales, así que había una fila larguísima que se extendía por todo el costado oriental del colegio e iba un poco más allá de la placa deportiva. Las fotos eran agregadas a los álbumes estudiantiles, junto con una descripción breve de los sueños o aspiraciones de cada estudiante.

Una tontería.

Ninguno de ellos pensaba en sus metas futuras porque estaban más preocupados por su apariencia física y por agradar a todo el mundo.

Johana y Carolina no eran la excepción. Siempre tendían a resaltar, a llamar la atención. Era algo que siempre disfrutaban. Una desgracia para ellas porque esa necesidad obsesiva de sobresalir me facilitó las cosas ese día.

Pude identificarlas, aun desde una buena distancia. Johana lucía un vestido de crepé plateado que resaltaba su piel bronceada, así como la abundante cabellera larga y negra que había rizado seguramente, en un costoso salón de belleza. Carolina, al ser de piel traslúcida, casi albina, había optado por un bonito sari de color rosa salmón con lentejuelas que destellaban hasta casi enceguecer. Su peinado era todavía más elaborado y elegante que el de Johana, con bucles rubios unidos en la coronilla con un moño del mismo tono del vestido; también lucía una bonita diadema con pedrería menuda y llamativa. Un par de chicas de segundo año se quedaron mirándola con más tristeza que envidia. Ella encuadró los hombros y alzó el rostro con altivez mientras reacomodaba su chal de tul.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora