Capítulo 3 🎸🎼

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Era miércoles en la tarde y tocaba ensayo en lo de Tarro.

Como Tomás sabía que yo no me subiría nunca en su motocicleta, ni siquiera si no me hubiera arrollado con ella cuatro años atrás, caminamos por la Avenida Oriental luego de bajar del tren. Mi aversión por su motocicleta era una hipocresía tremenda porque a ella le debía el haberlo conocido. Pero la verdad era que me ponía nerviosa al extremo subirme a una máquina en la que estuviera totalmente indefensa y ya puestos, tampoco me hacía mucha gracia que Tomás lo estuviera. Aunque sus reflejos y conocimiento vial eran excelentes, yo sabía que se le iba la pala con la velocidad muy a menudo y me aterraba la posibilidad de que tuviera un accidente.

Así se lo repetí un montón de veces hasta el cansancio y él siempre me respondía que el miedo estaba en mi cabeza, que como yo era una controladora nata, me sacaba de mi zona todo lo que escapara a mi capacidad de previsión. La motocicleta le permitía ir de su casa al muelle, de ahí a la casa de Raul con la finalidad de espantarme el sueño, y luego de vuelta al Escondrijo.

Fernanda, su hermana, expresaba esa misma preocupación mía y le había ofrecido un viejo cacharro Ford. Le dijo que podía pagárselo a plazos bajos y extendidos, ya que Tomás se negó en rotundo a aceptarlo como un regalo. Con mucho esfuerzo había logrado que él aceptara el Escondrijo como obsequio cuando cumplió dieciocho. Él había vivido con su madre hasta entonces y aunque Fernanda le insinuó la opción de irse a vivir con ella y con su esposo Camilo, Tomás también la rechazó. Había sido muy cortés con su hermana y su madre, a quienes adoraba, cuando les contó que tenía planeado vivir solo. Fernanda era una escritora Best Seller y era la copropietaria de Sonata junto con Olivia, una morenaza amigable y muy atractiva que siempre me trataba bien.

Sin embargo, y a pesar de que Tomás admiraba el triunfo profesional de su hermana, él quería formarse su propio camino y ser reconocido por su propio mérito.

Lo que yo hubiera dado por tener a una hermana como la suya.

—¿Ese no es Manuel?

La voz de Tomás me hizo volver a la realidad.

—¿Qué?

Él inclinó la cabeza hacia adelante como respuesta.

Efectivamente, Manuel caminaba por el mismo andén que nosotros desde la dirección opuesta. Iba charlando alegremente con una chica bajita y de cabello corto, muy bonita, por eso no nos vio de inmediato.

—Sí, es él — contesté sin darle mayor importancia.

Como no podía estar viendo a la chica todo el tiempo, Manuel levantó la cabeza y pude notar cómo desaparecían toda su alegría y jovialidad para ser sustituidas por una máscara de indiferencia. Él nos dedicó una mirada fugaz a Tomás y a mí, luego le indicó a la chica algo en la otra calle y ambos cruzaron.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora