Húmedo

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La habitación estaba sumida en un ambiente tranquilo y silencioso. Cada uno de los jóvenes se encontraban a cada lado de la mesa baja de madera en la que se encontraban esparcidos útiles escolares como libretas y lápices. Bon estaba concentrado en lo suyo, viendo los números dibujados en las hojas cuadriculadas de su cuaderno, mientras Rin, aburrido, jugaba con un lapicero entre sus dedos.

—Okumura— el aludido respondió con un gruñido y el que hablaba no le dirigió ni una mirada—. Haz la tarea. Se supone que estoy ayudándote.

—Pero es que esto no es divertido— el medio demonio se quejó, descansando su mejilla en su mano libre—. Ya me cansé.

—Volverás a reprobar.

Vio al pelinegro dejar caer su cabeza contra la mesa, gruñendo cual niño haciendo berrinche, y frunció las cejas con disgusto.

—Hay que tomar un descanso— Ryuji depósito el lápiz junto a su libreta y suspiró.

—Llevamos como quince minutos trabajando.

—Vamos, Suguro— Okumura alzó el rostro hacia su acompañante y sus ojos azules se encontraron con los oscuros de él—. Podríamos hacer otra cosa.

El castaño le observó con severidad. Tras unos segundos abrió la boca en un intento de preguntar qué podrían hacer en vez de hacer la tarea la cual, supuestamente, se entregaba al siguiente día, pero apretó los labios cuando Rin se incorporó y rozó su mano con la propia a la par que sonreía de manera traviesa. Las alertas dentro de Suguro comenzaron a sonar de una manera estridente.

El medio demonio se alzó un poco en sus rodillas e inclinó la parte superior de su cuerpo hacia su amigo. Su mano pasó a sujetar el cuello de la playera de Ryuji, el cual jaló hacia él para plantar un suave beso en sus finos labios. El castaño se impresionó tanto que se sentía incapaz de siquiera respirar. Sus mejillas tomaron un tenue color rosado y su corazón empezó a latir de manera desbocada en el interior de su pecho.

Cuando el muchacho de ojos azules se alejó un centímetro, y Suguro amenazó con hablar, colocó ambas palmas de las manos sobre la mesa e inclinó la cabeza a la dirección contraria para volver a besarle. El más alto estaba en caos, de pronto pensando que los labios rosados del contrario tenían un sabor dulce y se sentían tersos como la seda. De manera torpe, atinó a respirar por la nariz, pues parecía que Rin no tenía intensiones de dejarle y trató de balbucear algo, pero fue incapaz de hacerlo.

—Oku...— logró decir entre besos—. Espera...

—No quiero esperar— sentenció el pelinegro.

Los lápices rodaron hasta caer al suelo y las hojas de las libretas crujieron cuando Okumura se trepó sobre la mesa, gateando un poco para llegar al otro extremo, donde yacía Ryuji que, un poco espantado, se deslizó hacia atrás. Las manos seguras y blancas del más bajo acunaron el rostro adverso mientras se acomodaba sobre el regazo ajeno, parando su huida. Los ojos azules miraban entrecerrados, con voracidad, la cara masculina y bella del castaño que tenía las cejas casi unidas y sus orbes oscuros fijos en los otros.

Acarició la mandíbula de Bon de manera cuidadosa con una mano, muy cerca de la unión con la oreja, y sintió lo rasposa que se encontraba por el bello facial que amenazaba con brotar. Sus dedos de la izquierda tantearon las perforaciones protuberantes antes de viajar hasta la nuca, donde comenzaron a jugar con los cabellos largos y sedosos de Suguru que sintió un ligero escalofrío que bajo por su espalda.

Sus labios se movían de una manera acompasada y exquisita que, milagrosamente, hacia que el cerebro del castaño se empezara a derretir. Inconscientemente, las manos grandes y firmes se posaron sobre las caderas de Rin, apegandolo más a él y sacando de sus rosados labios un suspiro pesado. Comenzó a fijar un camino desde ahí, escabullendo sus apéndices por debajo de la camisa de la escuela y tocando con gentileza la piel clara, sin concebir lo bien que se sentía.

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