CAPÍTULO XV: Presencia De Munfos.

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Dissior llegaba al castillo con prisas, pues no sabía sus actos eran correctos. Estaba tenso montado en el caballo con la muchacha atrás. Ninguno dijo nada durante el trayecto, y eso, los ponía más nerviosos.

Philips aún estaba con Marit jugando con su animalillo. Se olvidaban de todo cuando se juntaban. El zorrito corría detrás de los pajaritos que se alzaban al vuelo cuando bajaban a comer insectos.
-Le encanta jugar. - dijo Marit ensimismada con la criatura.
-Sí, ya lo creo. - continuó Philips embobado. A veces tenían millones de cosas que contar, y otras que reinaba el silencio entre ellos. Pero no era de tensión, sino de paz.
-¿Cómo estás, Philips? Te noto triste - aseguró la niña.
-Es por mi padre. Está en una guerra. Se ha enterado de que quieren ir a por él y va a luchar... ¡Ahhh!

De repente se dio cuenta de que él tenía que estar en el castillo. Su padre podía volver en cualquier momento. Y como se diese cuenta de que se a vuelto a escapar, lo mataría. Estaba seguro.

-¿Que pasa Philips? - preguntó asustada Marit.
-Tengo que irme, ya. Mi padre volverá pronto y yo no estaré. - dijo levantándose nervioso. - Ya no me da tiempo. ¡No! Me pillará y... Y... - comenzó a llorar. Le iba a pillar. Dissior estaría terminando de la lucha o llegando a Amcar.
Unos segundos más tarde, el zorrito empezó a hacer unos ruidos muy raros. Los dos chicos le miraron con curiosidad.
El animal corría detrás de algo. Pero esta vez no era un pájaro, ni un conejo, ni siquiera las motitas mágicas de los dos niños. ¿Qué era?
A Philips se le olvidó completamente que tenía que irse y junto con Marit, miraban a lo lejos, en el suelo. El animal seguía haciendo ese ruido, pero un poco más silencioso, como un susurro.
-¡Mira! ¡Allí! - señaló con el dedo Philips. - Se ha escondido detrás de una flor.
-Sí, ¡mira! - decía Marit muy despacio para que no le oyeran. De nuevo algo salto de una flor a otra.
De repente, se oían risas. Como diminutas y minúsculas risitas.
La criatura de zorro aún seguía tras los pies de Philips muy asustado.
-¿Qué es? ¿Qué...? - la pequeña no pudo seguir porque esa cosa tan pequeña la estaba observando desde el centro de la flor.
Ambos niños querían ir, pero temían asustarlos o que a ellos mismos les pasara algo malo.
Marit se atrevió a hablar. Ni siquiera era consciente de que lo hacía, pero algo le transmitía. Philips también estaba empezando a sentir algo en su pecho. Algo extraño.
-¿Podemos acercarnos?
Aquellos hermosos seres asistieron con su cabecita y Marit sonrió satisfecha. Miró a Philips y andaron con cuidado.
Tras oír la voz de Marit, comenzaron a oírse más risitas. Se movían arbustos y las flores se mecían de un estremo a otro, como si hiciera viento.
Salieron cientos de seres pequeñisimos y hermosos. Los dos amigos se volvieron a mirar sorprendidos, y el zorrito los seguía por detrás, pues aún tenía miedo. En aquellos momentos que estaban viviendo los dos niños, el bosque parecía tener ese color que traspasa el corazón, que hace que cierres los ojos y que respires ese aroma que invade tus pulmones.
Cuando se detuvieron, aquella mini persona se sentó en el polen, y espero a que las grandes personas hablaran.
-¿Qué sois? - preguntó desconcertado Philips.
Esa personita por fin habló.
-Hola. Somos munfos. - su voz era muy chiquitina y bonita. Marit sonrió emocionada.
-Hola, yo me llamo Marit. Y este es mi amigo Philips. - contestó la niña. Aquel ser miró al zorrito curiosa.
-Ah y este también es nuestro amigo. - continuó. Al ver que eran tres, los seres se confiaron y salieron todos a la misma vez. Aquella escena era una auténtica belleza. Nada podría igualarlo. Ver cómo había más personas, y diminutas, era asombroso poder tener el privilegio de vivirlo como lo estaban haciendo Marit y Philips. El zorrito se asomó de donde estaba escondido y esa confianza que se transmitían apareció y se quedaría para siempre.
-¡Ay no! ¡Tengo que irme! Se me había olvidado por completo. - Philips los asustó a todos. - Adiós. Siento no poder quedarme.
La pequeñita criatura que posaba en la flor, que parecía ser la guardiana, detuvo a Philips. Sí. Voló hasta él y le paró.
-Te llevaremos - dijo por fin la hada.

-¿Qué?¿Cómo? - preguntó el niño. Una magia se desprendió de las manecitas de la hada y envolvió a Philips hasta cubrirlo por millones de estrellas microscópicas. Unos segundos después esas motitas se esparcieron por todas partes haciendo desaparecer al niño pequeño.
-¡Ahh! - gritó Marit, tapándose la boca. El zorro corrió hasta las estrellas y jugaba con ellas. Era el juego que más le gustaba.
Al instante, Philips apareció en su habitación. Se miró todo el cuerpo, comprobando que no le había sucedido nada. Pero de repente, alguien entró. Dissior. Su padre.
-Mi rey - dijo Philips asustado.
-He ganado, - alzó la cabeza con orgullo. - hemos vencido y ahora yo soy el rey de todas esas tierras.
-Me alegro, pad... mi rey. - en realidad no sentía satisfacción por su padre. Lo hacía todo con maldad y magia oscura.
-He traído a una prisionera.
Philips se quedó boquiabierto tras la noticia. ¿Cómo su padre podía dejar con vida a alguien que había luchado contra él? No era propio de Dissior. Pero este lo le iba a decir a su hijo que era una mujer, y que su belleza le había atrapado.
-¿Quién? - intentó decir, preguntándose si era correcto hablar. El niño ya sabía que a su padre no le gustaban ese tipo de preguntas, y este no sabía si era el caso.
-Eso no te incumbe. - dio media vuelta con su cetro y se marchó, cerrando la puerta con un fuerte golpe.
Philips suspiró en el instante en el que supo que su padre no entraría más.
«Menos mal» se tranquilizó. Quizás su padre hay ganado, pero Phillips también; de su padre. Al que tanto temía.
Horas más tarde, en su cama, pensó y pensó, recordando todo lo que le había sucedido ese día. Unos nuevos seres había aparecido sin más. Mágicos. Jamás se había visto eso. En ningún rincón del mapa. Era algo especial; único.

Mientras tanto en el bosque, Marit se divertía con sus nuevos amiguitos munfos y el zorrito. A este le encantaba perseguirlos y los munfos volaban para que no le atraparan. Ambos ansiaban guardar el secreto. No querían que todos lo supieran.
Minna era la guardiana de su mundo. Era un mundo que estaba escondido dentro de los gigantescos troncos de los árboles. Eran magestuosos. Minna contó todo sobre ellos a Marit, y esta escuchaba fascinada con cada detalle. Acordaron verse todos los días. Y la niña ya no sentía la necesidad de jugar con sus otros amigos. El mundo resplandecía para ella.

Pero Melfos, seguía inquieto.
Dissior planeaba cosas escalofriantes.
Minna y los Munfos ya tenían nuevos amigos.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora