Segundo Cambio III

162 23 67
                                    

Esa noche me lo pasé genial aunque no entendiese más de la mitad de lo que explicaba Max. Para que os hagáis una idea mis conocimientos de informática se podrían resumir en mandar emails, revisar redes sociales y buscar información si lo necesitaba, pero más allá de eso era completamente nula. Ni código binario, ni historia de la informática, ni html... Sabía lo que eran los periféricos del ordenador y porque había tenido que cambiar el ratón varias veces al estropearse, que si no, ni eso. Lo de ser la nueva Bill Gates quedaba muy lejos para mí.

La conversación fluyó con naturalidad, algo que me sorprendió, y ese nerviosismo que sentí al principio se fue apagando poco a poco. Me resultaba complicado mostrarme como era con personas que no conocía, aún más si esas personas eran chicos; y a pesar de que creáis que es una reacción normal para alguien poco extrovertida como yo, mi caso era ligeramente diferente. Había convivido con ello casi desde la adolescencia y no podía evitar esa sensación de notar cómo se estrujaba la boca de mi estómago, las palmas de mis manos sudasen como manantiales y mi corazón se pusiera como la locomotora del AVE.

Que las personas que me acosaran durante mi niñez y primeros años de juventud fuesen chicos sentó las bases para que reaccionase de esa manera ante determinadas situaciones. Nunca he tenido confirmación de eso por un profesional, pero me conozco lo suficiente a mí misma como para saberlo. Y mira que conocerme no es una de mis grandes virtudes. Pero os diré más, contar aquellos episodios a viva voz me hacía sentir demasiado pequeña y frágil. Blanco y en botella;  aunque oculta, la herida seguía abierta.

Puede que otro de los factores de mi relajación durante la conversación tuviese que ver con las dos cervezas que me bebí mientras les escuchaba reír con anécdotas del trabajo que, por mucho que me hubiese contado ya Tefi en algún momento, ahora parecían más divertidas viendo a los dos hablar sobre ellas con la complicidad que tenían. Lubricante social lo llamaban. Junto a ambos me sentí integrada e incluso por un momento conseguí olvidarme de todo lo malo que me acompañaba a diario en forma de sombra oscura sentada al hombro.


Los siguientes días fueron muy ajetreados. Tefi me llevó a las zonas verdes más famosas de la ciudad; caminamos y dimos paseos admirando esos pulmones de naturaleza que te aislaban del tráfico de los coches y de la contaminación. Para mí aquello era como darle pause al estrés de la vida y disfrutar de lo bonito que normalmente no vemos. ¿Recordáis aquel videoclip de The Cranberries y la canción "Just my imagination"? Pues así me sentía yo cuando paseaba entre los árboles del parque central y observaba las mariposas que revoloteaban sobre las flores de cuando en cuando. A nadie sorprenderé si confieso que a veces me formaba mi propio vídeo musical en la cabeza... y no os hagáis los dignos porque estoy segurísima que hacéis exactamente lo mismo cuando vais en coche. He visto desde los pasos de cebra a cada conductor en pleno concierto en directo sobre su volante, que ni Lars Ulrich en su mejor momento podía hacerles sombra.

También visitamos varios museos donde pude admirar en directo las obras que tanto me gustaban y que hasta ese momento tan solo había visto en los libros. Acudimos a musicales y conciertos, me mostró los locales más bonitos y con mejor comida de toda la urbe, me descubrió lugares ocultos que los turistas no suelen conocer e incluso hicimos una ruta subidas en metro. Efectivamente, nos recorrimos varias líneas de metro de punta a punta solo por el hecho de ir subidas en él y no, no se nos ha ido la cabeza por hacerlo... aunque no pongo la mano en el fuego por Tefi en ese aspecto. El motivo de aquella visita turística fue el hecho de que jamás me había montado en uno y me parecía maravilloso tener a mano algo que te ayudase a recorrer toda la ciudad por debajo del suelo evitando tener que parar cada tanto en un semáforo rojo. Así soy yo, que me sorprendo y alucino con las cosas más pequeñas.

Añadiré que el hecho de que me fascine tanto el metro no es por que en el pueblo vayamos en mula o asno, que conste y os veo venir. No será la primera vez que alguien me lo ha preguntado en tono jocoso o lo que es más preocupante, totalmente en serio; supongo que descubrir algo que no tienes al alcance en tu vida diaria te provoca cierta curiosidad... Por mucho que ese "algo" sea tan simple como la línea de metro.

Soy Diferente© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora