CAPÍTULO XVI: Lazo Resistente.

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Siete años. Siete cumpleaños. Dos vidas completamente diferentes. Una sola distancia. Algo les une. Almas parecidas. Ellos no querían estar separados por su séptimo cumpleaños, y no lo soportaban. Philips estaba triste y solitario en su habitual habitación, y Marit descargaba toda su rabia llorando sentada en el suelo del bosque. Ambos cumplían años el mismo día, y eso los hacía más felices y apenados por no disfrutarlo juntos. Era una casualidad. O no. Tal vez...

Melfos seguía impaciente. Y mucho. Cada día miraba a Marit con nerviosismo y preocupación.

-¿Papá que te pasa? - a veces la niña lo notaba. Sentía como su padre la miraba curioso. Melfos salió de sus pensamientos y dijo lo primero que pasó por su cabeza.
-Nada, mi criatura. Solo pensaba en... la cosecha. Aún hace frío y hay que preocuparse. - Marit seguía comiendo su almuerzo intrigada. Estaba segura de que estaría planeando algo por su séptimo cumpleaños.
-¿De qué te ríes pequeña? - ahora fue el anciano quien interferió en la mente de su hija.
-Estaba pensando en mi sorpresa. - respondió por fin, muy emocionada. A Melfos eso le pilló pro sorpresa. «¿sorpresa?» pensó.
-¡Ah sí! Tú sorpresa. - fingió saberlo. Sabía que era su cumpleaños, pero nunca había hecho regalos. Bueno, casi nunca. Otra vez volvió aquel recuerdo de su esposa.
Pero su hija tenía razón. Era su día. Un día muy especial para ella y se lo merecía. Lo haría, y simplemente para hacerla feliz. Melfos apenas utilizaba su magia, pero pensó en que éste sería un momento adecuado. Le haría algo que no olvidaría jamás.

En Amcar todo seguía igual. O peor. Ya se podían contar a todos los habitantes. Y en el castillo, una muchacha acompañaba al rey por los jardines traseros de palacio. Si se le podían llamar jardines. Los árboles frutales eran inexistentes y las flores, los matorrales y las plantas se habían podrido con el paso del tiempo con Dissior al trono. Pero antes de que los dos salieran, el rey utilizó su cetro para hacer nacer las raíces. Era un contrate bastante evidente. Todo oscuro y abastecido por Dissior, y un jardín digno de contemplar y respirar con profundidad.
Canmia era esa muchacha tan hermosa, y por supuesto enemigo del rey. Pero como desde que la recogió, su hermosura traspasó sus ojos.
Era cierto. Dissior veía belleza en ella. Pero él tenía otros planes para ella. Pero ella no iba a enterarse.
Era evidente; el rey no tenía ni la más remota idea de que ese día, era el cumpleaños de su hijo. Le daba igual. Ni siquiera se acordaba. Philips ya estaba acostumbrado. Nunca se acordaba. Y si era al contrario, nunca lo felicitaba.

Marit estaba eufórica. No sabía adonde ir, ni con quien ir,... Pero necesitaba ver a sus amigos. Eso era esencial. Así que se escabulló entre los muros para que nadie pudiese verla. Ella había construido un atajo para no salir por la entrada del pueblo. En una de las paredes de piedra que cubrían el pueblo, había un hueco vacío. Ella cabía por ahí. Y a veces pensaba que cuando fuese mayor tendría que pensar en otro atajo.
Cuando se adentró en el bosque, el silencio se apoderaba del lugar. Ella miraba a todos los rincones y no veía nada. Se sintió triste al principio. Nadie se había acordado. Pero de repente unas millones de vocecitas la asustaron de manera que Marir gritó.
-¡¡SORPRESA!! - gritaron todos los Munfos.
Marit sonreía plácidamente. Contenta y emocionada. Unas lágrimas de alegría brotaron sin cesar. Estaba claro que faltaba alguien. Philips. Ella sentía un vacío enorme. Jamás había pasado su cumpleaños con él, y esperaba que ese año, pudiera asistir. No quería regalos, ni objetos con valor. Solo anhelaba a su amigo y poder celebrarlo con él. Minna, notó rara a Marit.
-¿Que te ocurre pequeña? - preguntó la munfita preocupada.
-Os doy las gracias por esta sorpresa tan bonita, pero echo de menos a Philips. Hoy es su día, igual que el mío, y si no lo celebramos juntos, no será bonito.
Minna lo entendió a la perfección y tuvo una idea.
-Haré una cosa. Espera. - le dijo. La monfita desapareció como lo hizo con Philips. Marit no tenía ni idea de lo que planeaba.
Minna apareció en la alcoba del niño, y empezó a buscarlo. Lo encontró tirado en la cama llorando. Sus lamentos dolían más que cualquier cosa. La hada notó como su corazón se rompía en mil pedazos cayendo en el suelo. Por eso, decidió ayudarlo.
-Hola amiguito. - dijo Minna feliz. Philips se sobresaltó rápidamente y buscando esa vocecita tan familiar. Cuando por fin la halló, saltó se la cama y corrió hacia ella.
-¡Minna! ¿Qué haces aquí? - preguntó el chico curioso.
-He venido para darte una sopresita. ¿Quieres verla?
Philips no se lo pensó un momento y asentía subiendo y bajando la cabeza muy rápido. Minna hizo unos movimientos con sus manecitas y la magia salió de ellas, envolviéndolos a ambos.
En el bosque, el sol empezaba a esconderse. Quería dormir, y ahora le tocaba el turno a la luna. Tan hermosa y blanca. Aún quedaban algunos rayos de sol esparcidos. Estaba atardeciendo. Los árboles ya no tenían ese color verde oscuro, sino que ahora adquirían un color anaranjado por la gigantesca estrella. Marit seguía esperando impaciente. Hasta que Minna apareció como si nada, pero esta vez no iba sola. Philips.
-¡¡Phillips!! ¡Oh que alegría! Estás aquí -. Juntos se abrazaron como si no hubiese nada más bonito que aquella escena. Philips volvió a llorar, pero sus sentimientos cambiados totalmente.
Ahora por fin estaban todos juntos: el zorrito, los dos amigos y los Munfos, que bailaban y cantaban celebrando aquel día. Sería inolvidable.

Los rayos deslumbrantes del sol cayeron al fin, acabando la fiesta. Marit tenía que estar en su pueblo, y Philips en su habitación. El tiempo era oro para ellos, pero los Munfos les habían ayudado a estar juntos en sus cumpleaños.
Se oían las chicharras y los búhos. El zorrito estaba muy cansado. Para él había sido agotador, después de correr de un lado a otro cazando munfitos. Estos tenían sueño también y deseaban irse. Pero los dos amigos no querían que el día acabase. Pero no tuvieron más remedio.
-Te echaré de menos Philips. - dijo Marit abrazada a él.
-Yo también te echaré mucho de menos Marit. - continuó el niño, apunto de llorar. Minna les esperaba para trasladar a Philips.
La hadita hizo de nuevo el hechizo. Envolvió al pequeño, y lo llevó hasta su habitación, donde este, cayó al suelo agotado y triste. Esa no era su vida. Un niño no se merecía eso. Quería tener amigos, jugar y divertirse como lo había hecho esa tarde.
Marit tenía que volver con Melfos.
-¡Ahí va!!¡La sorpresa! - dijo Marit gritando. Salió corriendo hasta su hogar. - ¡¡Gracias amiguitos!! - gritó de nuevo. Minna la saludó en la distancia feliz.

Había cumplido un sueño.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora