Capítulo 17: ¿Corrupción o Brutalidad?

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El detective Harvey Broker se dirige con algo de presteza a la oficina del capitán Bullock, quien ha consultado su presencia por lo que ha entendido. Mientras se da ese ligero viaje, solo masca ruidosamente sus chicles Wrisgley's, preguntándose en su cabeza que es lo que el jefe querrá.

Cruza una esquina más y ahí está frente a él la oficina. Acercándose con lentitud, puede observar gracias a la puerta de cristal al capitán de espaldas, asomado por su ventana.

El detective se inclina a una papelera que tiene a mano derecha, y en ella escupe su chicle; para ahora, luego de un suspiro, abrir la puerta.

—¿Me llamó, señor? —pregunta a medida que entra al lugar, que desde ya, puede percibir un aroma que nunca ha sido de su agrado.

—Por supuesto. Toma asiento, Harvey —el capitán se voltea, y efectivamente para el detective, su jefe está fumando.

—¿Qué puedo hacer por usted? —se sienta, intentando ignorar el olor que invade el cuarto. Ese olor concentrado no le permite evitar recordar su juventud, cuando su necio padre impregnaba a tabaco todo el hogar. Hasta que claro, el exceso de esos cilíndricos objetos venenosos le cobraron la vida con múltiples cánceres. Broker sacude con levedad su cabeza, regresando a la realidad.

—Mira —Bullock toma una carta del escritorio— ¿Recuerdas cuando, según tú, salvaste al oficial Morris de Tatiana Aguilar?

—Por supuesto.

—¿Entonces, explícame por qué según esta demanda dice que asesinaste a sangre fría a la mujer cuando ella ya se había rendido?

El detective se queda callado sin saber que decir, además de tirarle alguna maldición a quien lo demandó.

—Escucha, Harvey —el mayor apaga su cigarrillo en el cenicero, lo que hace al detective soltar un suspiro de alivio—. Con todo el tiempo que llevas trabajando con nosotros, no es la primera queja que oigo sobre ti. En especial cuando se habla de tu trato con los delincuentes. Y mi pregunta es, ¿será cierto? ¿Y porqué será?

Broker relame sus labios y se inclina con ligereza hacia adelante— Porque son unos animales —se limita a contestar.

—Explícate mejor

—¿Sabía usted que cuando aún vivía en Australia, una noche tres ladrones se metieron a robar en casa de mis tíos, y para no dejar testigos, los asesinaron a ellos y a mis primos? Y de paso, ¿sabe que nunca los atraparon?

—Lamento mucho tu pérdida —carraspea— ¿Pero es suficiente excusa como para hacer lo mismo que con esa mujer?

—Bueno, y en primer lugar, ¿por qué la soltó a ella y a su marido? Habían muchas pruebas para meterlos entre rejas, pero usted intervino —le recrimina, subiendo de manera considerable el tono.

—Son cosas con las que uno tiene que lidiar —cruza sus brazos.

—¿Ah, sí? ¿Los mismos que sacan a los niños para que se vayan a nadar en ríos son los mismos que se quejan cuando los cocodrilos se los devoran?

—Mira, si te soy sincero, yo me hacía oídos sordos con esas quejas sobre ti; sin embargo, creo que lo mejor será que te vayas. Ve recogiendo tus cosas, chico. Estás fuera.

 Estás fuera

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