Zigor

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Octubre es un mes lleno de misterio, magia y fantasía. El mes de fiestas que nos acercan a los seres queridos que ya no están entre nosotros, donde la noche del 31 de Halloween al 1 de noviembre el umbral entre el mundo de los vivos y los muertos es tan fino que se dice que, por un día, los muertos pueden convivir con los vivos. Hay países que lo celebran la noche del 1 al 2 de noviembre. A lo largo de la historia, se ha oído hablar que no solo pueden volver las personas fallecidas, sino que, muchas veces, otra especie de seres demoníacos, poltergeist pueden aprovecharse para intentar entrar en algún ser vivo. Por eso, en Estados Unidos, México y otros lugares es costumbre celebrar este día: Para Estados Unidos es un día de buscar caramelos y disfrazándose alejarse de los demonios que se podrían filtrar durante la noche, mientras que en México se pone una foto en altares de los miembros fallecidos para que sepan que se les recuerda y asegurase que estén bien, un momento en el que vivos y muertos se reúnen por una noche.

A lo largo del mundo, ocurren muchas anécdotas de cosas malvadas que suceden esa noche. La historia que os voy a contar, no se sabe a ciencia cierta cuando sucedió, hay gente que habla de unos años y otra que se trata de una leyenda.

En algún punto de Estados Unidos, el vecindario se preparaba para celebrar un año más, el día de Halloween. Para muchos, era un día para disfrazarse e ir a buscar chucherías a las casas de los vecinos con los amigos; para las familias tener los dulces y las casas listas para cuando saliera la luna. Pero para nuestro protagonista, que nunca creía en estas cosas, eso estaría a punto de cambiarle la vida.

Zigor y su madre hacía algunos años que se habían mudado de París a Seattle por el trabajo de su madre poco después del divorcio de sus padres. Nunca había creído en ese tipo de fiestas, pese a que de pequeño su madre le había impulsado a relacionarse con otros niños, o tal vez, fuera eso lo que hizo que se cerrara en banda y que no le gustaran. Como los años que hacían que vivían en un barrio como cualquier otro de esa localidad, su madre quería que de alguna manera se integrara con los demás, así que decidió que, si no conseguía que fuera a buscar caramelos con otros niños, al menos haría que Zigor la ayudara en casa.

El principio de la noche transcurrió con normalidad. La madre preparó en una gran cesta diferentes tipos de dulces y golosinas para los niños que fueran a visitarla aquella noche en la pequeña mesa del comedor y adornó las paredes de objetos característicos de Halloween: Como adornos en el techo, telarañas o las calabazas en forma de velas que ayudarán a darle al hogar un aspecto más oscuro y tétrico. Zigor, que en aquel momento estaba en el baño, percibió como por un segundo parpadeó la luz antes de volverse al espejo: Los ojos verdes adquiridos de su padre, y sus rizos oscuros y parte de su piel clara con rasgos asiáticos de su madre era lo único que podía ver de su persona; su madre le había obligado a disfrazarse para dar buena imagen, y le había comprado uno de vampiro.

Zigor, aunque adoraba a su madre, no comprendía como le obligaba a hacer según qué cosas por tal de dar la imagen de la sociedad y de cómo se supone que debía ir, y eso, a veces, hacía que se le cruzaran por la mente pensamientos negativos. Entendía que fuera una forma de integrarse con los demás, pero el quería decidir qué y quién quería ser a su corta edad, y una madre debería apoyarlo.

—¡Zigor! ¡Ya llega la hora! —oyó la voz de su madre al final de la escalera.

—Voy —le contestó antes de darse un último repaso con el peine.

Las luces tambalearon unos instantes amenazando a que celebraran la fiesta a oscuras, en medio de todo el ruido y caos que unas chucherías y unos disfraces pudieran hacer. Pensó que eso le daría algo de diversión ese día y haría que fuera menos insoportable.

Su madre estaba esperando en la puerta a que vinieran los primeros niños, deseosa de pasar ese momento junto con su hijo al que tanto quería. Para cuando Zigor llegó donde se encontraba, un atisbo de tristeza y enfado cruzó por su rostro.

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