Capítulo 1 - La Caravana.

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Esta es la historia perdida entre páginas sagradas. En la Tierra Santa profanada por marionetas políticas. Israel durante la era de conquista romana. Pasados los años en los que Herodes Arquelao, hijo y temporal sucesor del difunto rey «Herodes el Grande», fuera depuesto y desterrado por Augusto César. Lo que resultó en el anexo de Judea, Samaria, e Idumea en lo que se conocería como «La Provincia Romana de Judea».

Eliana era una niña complicada, quisquillosa y eternamente quejumbrosa. Eran pocos los asuntos pertinentes que le llamaban la atención, y muchas las pequeñeces que la irritaban, mas si algo odiaba por encima de su promedio personal de "cosas y asuntos detestables", era viajar, peor aún si se trataba de un viaje de negocios o de cruzar el candente desierto para arribar Jerusalén. Para su penuria, tendría que hacer ambas.

Ella y su padre Absalón sufrían grave menester. En el transcurso de su corta vida, muchas veces les faltó alimento. En otras, un tanto menos desdichadas: les faltó atuendo digno. Y por causa de estas necesidades económicas, además de muchas otras básicas como las golosinas o indispensables como medicina, se habían unido a una caravana de comercio. La cual en aquella ocasión se dirigía a la santa ciudad para vender y reabastecer su mercadería y provisiones.

Según el mejor pronóstico, hubieran deseado terminar todas sus transacciones mercantiles y disfrutar de los últimos días festivos antes de partir.

Los tres días y noches de jornada realizada les llevó a organizar la solemne cena pascual a la intemperie; ritual que siempre la había llenado de desdén, por lo cual, aplicó desde ese momento cada gota de su mal humor para refunfuñar, y cada día sus quejidos ganaban más ahínco.

En consecuencia, los caravaneros se hartaban cada vez más de ella, pero esto no le importunaba en lo más mínimo.

Lo que sí le molestaba era el sol que calentaba la hostigosa arena atascada entre sus irritados pies, la metódica manera de racionar el agua en tres sorbos cada cuantas horas y, las molestas canciones jubilosas de los caravaneros.

Tanto fue su parloteo, que el jefe de la pequeña caravana: Yehudi, se le acercó fastidiado, y la hizo sentar en un camello. «A ver si así se calla tu hija Absalón » le dijo al padre de Eliana.

Al principio calló, pero dicho silencio terminó pronto. Había recordado una de las cosas que más odiaba.

La cara de los camellos.

-¡Deja de masticar, burro deforme! -le gritó al pobre camello en el que iba sentada y como es natural, los animales no suelen prestar atención a la discordia humana.

-Hijita, ni siquiera le puedes ver la cara -indicó su padre con tierna voz.

-¡Eso no importa! ¡Estoy imaginándome su cara de tonto! -apuntó hacia la cabeza del camello-. ¡Míralo y verás que es cierto!

Su padre soltó una carcajada dedicada a la infantil ocurrencia.

-Sé que no te gusta viajar, y la verdad, a mí tampoco, pero ya tienes trece años, y debes aprender a ser toda una mujercita. Sabes que no tenemos otra opción.

Eliana amaba a su padre. Ella no era una niña ejemplar, pero una vez que él le dirigía la palabra para reprenderla, era muy raro que el hombre debiera repetirse dos o tres veces, aunque era aún más inusual que su padre le llamara la atención en primer lugar. Comprendió entonces que debió haber sido fustigado por sus compañeros para lograr su silencio.

-Lo siento Abba. No me siento bien -se cubrió del sol, con las manos- me duele mucho la cabeza.

-Lo sé, mi amor, pero compórtate -apuntó hacia atrás-. Al principio mis compañeros te ignoraban con sus canciones, pero ya no están de buen humor. El jefe me acaba de decir que si sigues así nos harán caminar a treinta pasos detrás de los demás.

Su Nombre Era ElianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora