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Sesenta Y Dos Días Después

Si en algún momento llegué a imaginar que los minutos transcurrían a la velocidad de la luz, este es el instante en que me retracto de ese pensar. No sólo los minutos pasan por nuestros ojos en un parpadeo, las horas también, los días, ¡ni hablar de las semanas! Y hasta los meses... Vuelan.

La medida del tiempo suele ser bastante contradictoria. Algunos afirman que el tiempo corre con lentitud, y otros; como yo afirmamos que el tiempo a veces simplemente fluye, como fluye el mismo aire. No se deja agarrar, no se puede tocar, ni siquiera percibir, pero sabes que está ahí, envolviéndote de pies a cabeza.

Generalmente solemos decir que si no nos sentimos a gusto con lo que somos, con nuestro empleo, nuestro matrimonio, nuestros amigos, o nuestra familia, el reloj se vuelve pesado, y el calendario un martirio.
Que si aumentamos kilos y no conseguimos bajarlos; que si el salario no alcanza; que si reprobé la escuela; si perdí el autobús de camino a casa; o si la vida no es satisfactoria, entonces decimos que el tiempo es un peso sobre los hombros. Algo que no nos complace y de lo cuál debemos cargar a cuestas.
Sin embargo, en raras ocasiones mencionamos su contracara. Muy pocas veces decimos que el reloj transcurre en un abrir y cerrar de ojos, si es que el mundo nos sonríe.

Definitivamente, estoy convencido de que no todos hablan de lo rápido que las veincuatro horas se suceden, si estamos felices. Felices por un amor correspondido; por un desayuno digno de reyes; por un café en la tarde con un amigo; o por un beso de buenas noches.

Felices por vivir tranquilos, y ante todo, felices por haberse acostumbrado a esa tranquilidad.

Hoy, luego de tres meses y un giro de ciento ochenta grados a mi rutina, me toca expresar lo feliz que soy, lo pleno, seguro y radiante que me siento y lo asombrado que me tiene el reconocer que para mejor o peor, hice aquello de lo que Emilio me pidió una, dos e infinidad de veces, no hiciera: caer en la costumbre.

Ella me recibió de brazos abiertos, con calidez, comprensión y cariño y yo me lancé de lleno aún sabiendo que el daño sería catastrófico.

No conseguí evitarlo; al principio, los primeros días después de mi dada de alta, incluso luego de mis primeras sesiones con Janko, me negué. Me rehusé a aceptar que en algún instante ocurriría. Me empeciné en demostrarle a un hombre obstinado que estaba equivocado y terminé demostrándome a mí mismo que él equivocado fui yo.

No obstante, la mezcla de sensaciones es compleja, paradójica e inclusive difícil de desglosar para entender.

La frase de Ivanović se repitió en mi cabeza desde el segundo en que la pronunció.
Un ejemplo burdo, tonto e infantil, se me grabó en el cerebro con intenciones de nunca borrarse.

Emilio es como el café. Es el vicio que me hace bien, pero no lo mejor para mí.

Emilio Osorio es el sujeto que amo como nadie tiene idea. Es el que me ha motivado a despertar cada mañana con una sonrisa en la cara, y las mariposas en el estómago cada ocasión que me habla, me acaricia o me besa.

Aunque también, es el sujeto que me llevó a cambiar un vicio por otro.

Ésta fue una de las más acertadas conclusiones de Janko, quién sin rotularlo con el nombre del magnate, definió mi situación como inestabilidad emocional.

Yo por el contrario lo definí como un enamoramiento platónico. Uno similar al que envolvió a Emilio durante ocho años; a diferencia de que ahora, de vez en cuándo nuestras miradas se conectan, nuestras almas se enlazan, y nuestras pieles se tocan.

Viéndolo desde una perspectiva romántica, así idealicé todo éste tiempo lo que me pasa con él. Sin embargo, con frialdad, objetividad y un razonar parecido al de mi doctor, se le suele denominar también, intercambio de vicios.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora