Capítulo I: Hyunder

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Yvette no era una historiadora, nada más lejos de la realidad. Su vida se basaba en aspectos más físicos. Pero como buena mujer curiosa que era, le interesaban las últimas guerras y rebeliones y cómo la Tierra pudo ser habitada no sólo por humanos, sino por todas aquellas otras crásticas (criaturas fantásticas), ahora libremente. Por eso en cuanto podía iba a la biblioteca pública local, ya jamás frecuentada, ya que era la única en su país con libros físicos de papel. Se sentía muy afortunada de poder visitarla y lo hacía tanto como podía ya que sabía que de un momento a otro quebraría y les venderían los libros a coleccionistas millonarios, como había pasado en el resto del mundo.

Debido al cambio climático que los humanos no pudieron parar hace casi dos siglos, la geografía de la Tierra había cambiado. Todas las ciudades costeras que puedas imaginar dejaron de existir. Y no hablemos de los polos. No te digo que la gente no intentara hacer algo por recuperar el antiguo estado de la Tierra, pero era demasiado tarde. Para compensar por los millones de metros cuadrados perdidos por las Inundaciones, se empezaron a crear poblaciones en los mares y océanos. La primera se formó encima de una isla de plástico en el Océano Pacífico que ya existía allá por el año 2000. Poco a poco fueron surgiendo más islas así y actualmente más de la mitad de la población terrestre reside en alguna de estas islas, como Yvette, en su isla llamada Hyunder.

Aunque nadie frecuentara esta biblioteca, Yvette conoció a un chico llamado Kovan hace un par de semanas. Yvette se dirigía a la entrada de la biblioteca, pero aquel día tuvo que hacerlo por la trasera. Se le había pasado la hora y ya estaba cerrada, pero la entrada de atrás era muy accesible. A estas alturas todo estaba tan digitalizado que ni siquiera tenían un guarda de seguridad, y como el ayuntamiento de Hyunder enfocaba su presupuesto y atención en otros problemas, ni se molestaban en mirar el estado en el que se encontraba la biblioteca; ni si quiera había cámaras de seguridad. Yvette tenía que pasar unos arbustos y bajar un par de escalones, pero al traspasar los arbustos, se encontró a un chico de piel morena y cabello violeta en el suelo, intentando recuperar la respiración y con varias heridas por todo el cuerpo. El chico la miró, asustado. Yvette pudo ver en sus ojos el terror que sentía.

- ¿Estás bien? – le dijo Yvette, intentando acercarse a él. El chico actuaba aprensivo, pero pareció relajarse un poco.

-Sí. Me estaban persiguiendo y quería perderles. ¿Los has visto? – pudo pronunciar entrecortadamente. Yvette se fijó en una marca en su piel, como un emblema, cerca de la clavícula. Como si le hubieran marcado para que el resto del mundo supiera lo que es. Yvette entendió que se trataba de un Qroswen, hechiceros descendientes de las antiguas hadas de los parajes de Escocia. Estas crásticas habían perdido las alas durante el tiempo, pero no su magia. Esto les hacía muy poderosos, sobre todo ante los insignificantes humanos sin poderes mágicos, otra de las razones por las que "ganaron" la mayoría de las guerras sucedidas hace 50 años pudiendo conseguir un puesto en la sociedad terrestre. Precisamente porque sucedió hace tanto tiempo, o al menos se lo parecía a Yvette, le carcomía la idea de que existieran grupos de gente que desearan fervientemente la extinción de todos aquellos no-humanos.

-Ven, se puede entrar -le dijo Yvette guiándole hacia dentro de la biblioteca.

-Nunca había estado aquí.

-Sí, la gente prefiere los libros digitales. En realidad, yo también, pero me da pena que todos estos libros estuvieran acostumbrados a ser leídos y que ahora nadie se acerque a mirar sus portadas. Bueno, yo solo leo de historia, más que nada... -y se paró. Se dio cuenta de que estaba muy nerviosa, y cuando lo estaba, no paraba de hablar. -Soy Yvette – aclaró.

-Yo Kovan. Gracias por ayudarme, en serio -le sonrió.

Kovan se fijó en la larga melena negra de Yvette y su peinado y no pudo evitar pensar en los Servaterra. Sabía lo que significaban para el mundo, pero nunca se desvelaba mucho acerca de ellos, permaneciendo en el anonimato tanto como podían. Nada de redes sociales, nada de hablar a la prensa, nada de contarle a sus familiares y amigos acerca de sus vidas, por lo que tendían a ser gente solitaria, excepto por su propio círculo de compañeros Servaterra. Así, la curiosidad impregnó a Kovan queriendo saber más acerca de esta misteriosa chica.

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