||Lluvias de otoño||

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—Serán cinco con veinte señor.- Dijo mientras esperaba impaciente a que le diese el dinero para que así el hombre se marchase y poder cerrar la tienda.

Esa noche era el aniversario de su compañero, jisung. Este le pidió que cerrase la tienda por él para poder llegar a tiempo a la cena con su novia. El rubio, siendo como era, no pudo negarse por mucho que su espalda doliese y sus músculos estuviesen atrofiados por el frío.

Habían dado las doce de la noche hacía ya diez minutos, el siempre cerraba a menos cinco, pero justo esa noche en la que los minutos pasaron como si de horas se tratasen, un hombre desarreglado entró rápidamente a la tienda buscando desesperadamente entre las baldas de las estanterías, entre pasillo y pasillo hasta que dio con lo que estaba buscando.

Un paquete de condones.

Felix, quien ya había cerrado la caja y contado el dinero tuvo que respirar hondo y poner la mejor de sus sonrisas mientras maldecía a la persona delante suya y a las calenturas de medianoche.

Cuando finalmente el susodicho se marchó de la tienda, felix volvió a hacer el conteo de la caja, a cerrarla y a apagar las luces. Cuando bajó la persiana de metal de la tienda y se agachó a echar la llave a la cerradura de la misma, una gota calló sobre su cabeza.

Y otra.

Y luego otra.

Avanzó lo más rápido que pudo y caminó por las calles solitarias, arrepintiéndose de no haber cogido una chaqueta antes de salir de casa esa mañana.

A su vez, felix maldecía al tiempo y a la estación del año.

Porque otoño era esa época en la que la gente no sabía que ponerse antes de salir. Si iban en mangas cortas tendrían frío, pero si utilizaban una chaqueta tendrían calor.

Lo mismo pasaba con la lluvia.

Cuando menos te lo esperabas un día empezaba a llover, y al siguiente, y al otro.
Para Seúl, ese era el primer día de aquella época de lluvias.


Cuando llegó a la parada sus dientes rechinaban y sus manos temblaban, su camiseta húmeda se pegaba un poco a su espalda y su flequillo estaba ligeramente mojado.

Observando la parada y como esta era de las únicas que no tenían techo, se acercó a la persona que estaba de espaldas sosteniendo un paraguas negro.

—Perdone, ¿le importaría compartir paraguas conmigo?

La persona se giró y lo miró de arriba a abajo, analizándolo con la mirada. Este se limitó a ponerse a su lado, tapándolo con la mitad del paraguas.

—Muchas gracias.

Felix pensó que aquel chico tenía un aura misteriosa. La gorra tapaba un poco sus ojos y de esta sobresalían pequeños rizos castaños. Llevaba una gran chaqueta negra junto con unos pantalones rasgados del mismo color, haciendo un conjunto monocromático que hacía resaltar su tez blanquecina. Felix pensó que aquella persona se parecía a los copos de nieve, fríos y blancos.

—Vaya lluvia, cada vez cae más fuerte.-Comentó en un intento de eliminar la tensión del aire, Felix juraba que dentro de poco se personificaría y se uniría al paraguas con ellos de forma física.

El otro hizo un pequeño asentimiento sin apartar la mirada del cielo. El rubio lo observó mientras que por su cabeza solo aparecía el pensamiento de que la otra persona tenía una gran necesidad en aprendes modales.

—¿Tiene usted hora?-Preguntó el pecoso quien se había desorientado al realizar el camino más rápido de lo habitual.

La persona a su lado se limitó a negar con un movimiento de lado a lado realizado por su cabeza. Sin embargo, Felix al fijarse en la mano que sostenía el paraguas de su acompañante, vio relucir un reloj que se asomaba de soslayo por la manga.

Sus ojos perdieron un poco de su brillo habitual al darse cuenta de lo desagradables que podían ser las personas a su alrededor. ¿Tanto le costaba a esa persona decirle la hora? ¿Tan complicado era ser educado?

Felix, quien había sido inculcado desde pequeño con unos valores fundamentales, no entendía porqué a algunas personas les resultaba tan complicado ser amables. En lo único que el rubio podía pensar cada vez que hablaba con una persona era en relucir el día de esta. Si él era capaz de hacer un poquito más feliz a alguien, él lo haría.

—Parece que el autobús se acerca, ¿va usted también en el 4419?—Volvió a asentir. ¿Tanto costaba decir un simple "sí"?

Una vez el bus paró delante de ellos, ambos se desplazaron hasta este y una vez llegó la hora de subir, el castaño le hizo una seña con la mano haciéndole saber que podía pasar primero. Felix en ese momento sonrió como un niño al que le dan una piruleta.

—Muchas gracias por el paraguas y por dejarme pasar, ha sido un placer.-Subió al bus y se enfrentó al conductor mientras sacaba la tarjeta especializada en transportes.-Buenas noches Hyundo, ¿Cómo le ha ido a usted hoy el día?

—Bien muchacho, siento el trasero plano después de tantas horas sentado, pero ha sido un día tranquilo. Aunque ahora con la temporada de lluvia que se avecina la gente tomará más el bus.

—En las temporadas de lluvias los transportes públicos siempre se ensucian mucho Hyundo, hágame saber si necesita ayuda para limpiar, que usted ya está mayor y los años a la hora de la pulcritud relucen como si de oro tratasen.—Dijo con una de sus características sonrisas. El hombre frente a él, rio. Su pelo canoso brillando con el reflejo de la luz.

—Qué bien lo sabes jovencito. Aprovecha los años que te quedan de agilidad, que te querré yo ver a ti cuando tengas mi edad, a ver si eres capaz de moverte como yo.—Ambos rieron y Felix pasó a sentarse en el asiento más cercano al conductor para así seguir con su amena charla. Lo bueno de que fuese el último bus del día y en una hora tan tardía es que este estaba prácticamente vacío. En los asientos finales observó a una persona que miraba por la ventana, esta llevaba un uniforme de limpiador, el pecoso solo pudo pensar en cómo de trabajadoras eran las personas que más explotadas estaban.

—¿Y como está su mujer Hyundo?-Preguntó ensalzándose de nuevo en una charla con el hombre.

El castaño, quien se había sentado unos asientos atrás del rubio, solo pudo observarlo mientras una pequeña sonrisa se deslizaba entre sus labios. La primera en mucho tiempo.

Y es que Chan no podía parar de comparar la sonrisa del rubio con la luna llena de esa noche y en como sus pecas parecían las brillantes estrellas que la acompañaban durante la sola y lluviosa oscuridad.



Chan una vez más, deseó tener voz y poder hablar.




















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Lluvias de otoño || Chanlix ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora