Prólogo: 7 de octubre

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—dime Miles ¿ahora si me puedes ver? —pregunto, sonriendo socarronamente. Dejando ver parte de sus dientes blancos en el proceso. Mientras que aquel hombrecillo de mediana edad quedaba totalmente helado, en blanco, sin idea sobre cómo reaccionar al respecto. Huir por su vida como todo un cobarde, era una opción. Pero aquella idea estaba descartada, el hedor y la humedad en sus pantalones, solo eran el resultado del temor sembrado en su ser. Temía darle la espalda a aquel invasor y ser atacado salvajemente, se le notaba divertido, sentado en el sofá, clavando sus garras una y otra vez. Siendo poco iluminado por la luz que entraba por la ventana.

Su respiración errática combinada con el choque de varios pensamientos. Apenas le dieron la suficiente fuerza como para darse media vuelta y subir corriendo las escaleras; "como alma que lleva el diablo". Tropezando un par de veces, haciéndose daño en las rodillas, rasgando la tela de sus pantalones en el proceso.

Con un empujón y golpe brusco, cerró la puerta y cerró con llave. Su respiración aún errática, apenas le daba chance alguno para poder calmarse. Le dolía el pecho, su corazón bombea a más no poder, en cualquier momento saldría huyendo de su caja torácica. Se apoyó contra la madera de la puerta y fue resbalando poco a poco hasta quedar completamente sentado, golpeando su cabeza una y otra vez, contra la superficie dura, en un intento vano por despertar de aquella pesadilla.

Comenzó a analizar una y otra vez las cosas, tratando de encontrar "por qué" de todo lo que estaba pasando. Pero no había nada, absolutamente nada. Podría tal vez ser el karma, vengándose por estafar a la señora Cabrera, al darle un billete falso, aprovechándose de su ceguera y falta de lucidez o quizás sería por la ocasión en la que el hijo menor de los Way, que en su típica inocencia de niño travieso, dejó mal aparcada su bicicleta. Mientras que Miles, ni lento ni perezoso, en ello, vio una oportunidad de dinero fácil, tomándola y llevándola a un mercadillo donde la vendió al precio de gallina muerta. Las lágrimas y quejidos del pequeño no tardaron en llegar, preguntándole a todo transeúnte que pasaba por el lugar; —señor, ¿no ha visto mi bicicleta?

Mientras que Miles, hastiado por ser jalado de sus ropas tan pulcras por niño tan sucio y mocoso, lo empujó con fuerza, haciéndolo caer — ¡no molestes, pequeña peste! —grito furibundo, sacudiéndose sus prendas, para luego continuar con su camino de vuelta a su tienda. Burlándose por el sufrir del pequeño.

¡Claro que no! —se dijo, porque estaría pagando por semejantes tonterías. Nadie en este mundo es un santo, ni el en primero en aprovechar oportunidades tan fáciles.

Quizás, tal vez, todo era culpa de Chester, el dueño del baratillo de la otra manzana. Que se la pasaba escupiéndole puñales, envidioso de su buena suerte y fortuna —raspas el dinero en la pared, con tal de no gastarlo... —decía, cada vez que lo veía pasar por su calle. Él no tenía la culpa, de ser el favorito del pueblo.

Puej si bien es cierto, tal como dice ese dicho "pueblo pequeño, infierno grande" cualquier palabrería que se le ocurriera inventar a Miles, con tal de desprestigiar a la competencia, era creada para las amas de casas, aburridas de sus rutinas diarias, hambrientas del que hablar y el como buen sofistas con buena labia, no desaprovechar semejantes oportunidades. Con relamiéndose los labios, tal cual serpiente venenosa, regocijándose en su soledad por la caída de sus adversarios.

Pero tan poco podría ser ese el motivo de tal tortura, por la que estaba pasando. Busco entre su gran mar de recuerdos, analizando las últimas barrabasadas que se había atrevido a cometer, las últimas palabras que hubiera dicho. Nada fuera de lo común, vecinas chismosas parloteando de cada tontería banal, uno que otro pequeño accidente de tránsito, uno que otro borracho acostado sobre la vereda, las prostitutas tocando el cristal de su ventana, para que las dejara subir al auto... Nada, pero entonces, lo recordó. Como pudo dejar pasar por alto semejante detalle, lo había dejado en el olvido, por sólo verlo como algo tonto.

El maullido del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora