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CONTEXTO: Cinco meses después del final de «La maldición de la princesa». A finales de primavera, 24 de mayo.


Bajé las escaleras con cuidado de no tropezar y abrí la puerta para encontrarme a Harry con las llaves de su nuevo coche en la mano y una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Ya es oficial!

—¡Qué dices! ¿Dónde está? —exclamé y miré por encima de su hombro, pero no vi nada. Hunter había venido con él, también, y me miraba con expectación porque sabía que le iba a dar una galleta.

—En el garaje. Mi padre está acabando de aspirar los asientos traseros.

No esperé más en ir a por el bote de las galletas de Hunter, y ambos me siguieron hasta la cocina. El perro se alzó sobre sus patas traseras y movió la cola a la vez, emocionado. Le tendí la mano con el premio y le acaricié la cabeza mientras se lo comía.

—Ya no tendré que acompañarte a los sitios como un niño pequeño —dije para picarlo.

—Ja, muy graciosa —hizo una mueca—. Me temblaban las manos cuando me las han dado. Es tan bonito... ¡Es mi libertad!

—¿Y cómo es?

—Es una furgoneta pickup de segunda mano, de 2007. Se la ve un poco vieja, pero es perfecta.

—Bueno, pues, vamos a verla.

Guardé el bote y nos fuimos hasta la puerta, pero Thomas nos detuvo al asomar la nariz por la puerta que llevaba al salón.

—¿A qué viene tanto alboroto?

—Harry por fin tiene su coche —le dije.

—Sí, y eso no significa que vaya a ser tu taxista cuando tu hermana o tu madre se hayan llevado sus coches.

Thomas agitó la mano y se fue hacia la cocina a saquear la despensa de los dulces, algo que mamá nos había dicho que no debíamos tocar... Allá él.

Cuando llegamos, el coche estaba aparcado en la puerta del garaje familiar. William nos miraba con una sonrisa contenta en su cara y Jane se había tapado la boca y la nariz con las manos, emocionada. Sabía que Harry llevaba tiempo esperando ese momento; desde que había ido a recoger su licencia para conducir.

—¿Te gusta? —me preguntó, con la mano apoyada en el capó gris del coche.

—¡Es genial! ¿Lo has conducido ya?

—Qué va. Quería que lo vieras antes —fue hacia la puerta del piloto y la abrió para meterse en él—. ¿Damos una vuelta?

*          *          *          *          *

La cara de concentración de Harry siempre me había resultado divertida. Su lengua bailaba de comisura a comisura, y de vez en cuando descansaba durante unos segundos en el labio superior, vaya volver a repetir la misma danza. Salió del aparcamiento con mucho cuidado, asegurándose de que no chocaba contra nada..., pero tuvo que frenar antes de darle a una maceta de su madre. Hunter dio un pequeño aullido en el asiento de atrás.

—Oye, amigo, confía un poco más en mí. Es la primera vez que conduzco este coche.

Me devolvió la mirada y alcé las manos a ambos lados de mi cabeza. No le iba a decir que yo derribé una señal de stop en mi primer día.

La niebla surcaba cuesta abajo entre los árboles de la montaña. Seguía tan húmedo como el día en que llegamos aquí. Pensaba que en mayo la temperatura en Greenwood iba a subir notoriamente, pero con la primavera llegó la época de lluvias, y prácticamente no habíamos visto el sol en dos meses. Y ese día no iba a ser una excepción; el cielo estaba completamente gris.

«Greenwood» RELATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora