Caiptel .XII.

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-¿Qué te ocurre? Estás muy callado – preguntó Cíara a sus espaldas. Colum frunció el ceño con fastidio. Aquel día no estaba de humor para lidiar con la sagacidad de su hermana –. ¿Colum? ¿Tomaste algún voto de silencio? No me opongo, en principio, pero me hubiera gustado enterarme de antemano.

- Estoy bien, Cíara – respondió al fin el muchacho, acomodando otro de saco de trigo en la pila. Se habría creído que, en la penumbra del granero de las monjas, le resultaría fácil esconder sus pensamientos sombríos, pero no había caso. Los ojos de su hermana eran como los de un gato –. Me duele un poco la cabeza, es todo.

- Ven. Déjame ver de qué se trata. – Cíara dejó la lámpara de aceite en el piso y lo obligó a enderezarse. Luego le puso la mano sobre la frente para tomarle la temperatura.

- Cíara, ¡déjame en paz! – protestó –. ¡Estoy todo sudado!

La novicia no le prestaba atención y no lo soltó hasta que hubo examinado sus ojos, su lengua y su garganta.

- Pues a mí me pareces sano, monjecillo – sentenció, arqueando una ceja.

- ¿Y ahora resulta que no puedes equivocarte? – la increpó, rehuyendo su mirada, e intentó volver al trabajo.

- Ocasionalmente me equivoco, lo admito – ironizó Cíara –. Pero antes hay otras explicaciones más plausibles que debiéramos considerar. Por ejemplo, que estés escondiéndome algo.

Decididamente molesto, Colum arrojó con fuerza el saco que tenía entre las manos y éste fue a azotarse contra la pila que estaba levantando. La tela cedió con el impacto y el precioso grano dorado se derramó por el piso cubierto de heno.

- ¡Mira nada más lo que me hiciste hacer! – exclamó.

- Yo no he hecho nada, Colum – se defendió serena la novicia, al tiempo que se apresuraba a recoger el saco roto y lo dejaba a un lado con tranquilidad –. Ya está. Lo remendaré más tarde.

- ¡Eres una arrogante, Cíara! – protestó el oblato –. Estás llena de vanagloria, ¿lo sabías? ¡Crees que lo comprendes todo, pero la verdad es que eres una niña y no tienes idea!

- ¿Así que "vanagloria"? Mírate, nada más, disparando palabras complicadas – Ignorando el arrebato de su hermano, la novicia tomó asiento en el borde de la carretilla –. Parece que Máel Dub consiguió meterse en tu cabeza, al fin.

Colum apretó los puños, pero luego soltó un largo suspiro y se dejó caer de espalda sobre los sacos de grano. Aunque sintió ganas de llorar, cerró los ojos y contuvo las lágrimas. Quería contárselo todo. Por eso había venido, en realidad. Se había ofrecido como voluntario para acompañar a Fíacc, el ecónomo, a reaprovisionar el granero de la comunidad femenina. Desde su altercado con Máel Dub, Colum se sentía más incómodo que nunca en Tamlacht. Todas las miradas, incluso las más inocentes y cordiales, le parecían hostiles. Pasaba el día haciéndose imperceptible: guardaba silencio en el comedor, se ocupaba en quehaceres individuales. Se había quedado solo y, al final, Cíara era la única persona que le quedaba en su pequeño mundo. Rónán había desaparecido sin dejar rastro y ya se estaba haciendo a la idea de que lo había perdido para siempre. Su madre... No, para Éithne era como si Colum no existiera, como si hubiera muerto al momento de entrar al monasterio. Óengus, en toda su bondad y su paciencia, seguía siendo uno de los superiores y había cosas que sencillamente no podía confiarle: cosas que su corazón tan limpio sería incapaz de comprender. Y luego estaba Bran... No. Debía mantenerse alejado de Bran.

- Creo que he estado metiéndome en problemas... – dijo al fin –. Uno de los hermanos está perdido, imagino que ya te habrás enterado.

- ¿Qué duda te cabe? – bufó la jovencita con expresión astuta –. Las hermanas no hablan de otra cosa. Como aquí no ocurre nada, cualquier pequeño escándalo hace eco en el vacío. Además, se trata de ese novicio grandote Rónán, ¿cierto? Parece ser que varias de las novicias le tenían echado el ojo... ¿Lo conocías bien?

Mac na Rún: Hijo de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora