Viernes, 10 de mayo de 2030, Madrid.
Hacía muchísimo frío, y no sabía dónde estaba.
Tenía los pies descalzos y no era capaz de reconocer la tierra que pisaba, rugosa, áspera y gélida. Se sentía anclada allí, como si un peso muerto cayera sobre sus hombros y la impidiera moverse.
Tampoco veía nada, pero tenía los ojos abiertos. Se extendía ante ella una completa negrura, densa, angustiosa. No supo distinguir si eran sus ojos, que habían perdido la visión, o si era ocasionado por la falta de luz, pero ante la duda, comenzó a andar.
No sin dificultad, despegó los pies del suelo y colocó uno delante del otro, sin un rumbo establecido, sin saber si esos pasos la conducían hacia el lugar equivocado, pero no se detuvo. Siguió caminando, cada vez más rápido, cada vez con más urgencia, con los latidos de su corazón retumbándole en los oídos, y se dio cuenta de que tampoco escuchaba nada. Se tocó las orejas, no llevaba los audífonos. Y no pudo dejar de caminar, empezando a correr incluso cuando la sensación de verse privada de oxígeno se tornó inaguantable.
Sin saber el tiempo que corrió hacia delante en la oscuridad, empezó a sentir que el suelo bajo sus pies vibraba, y que aquello que se acercaba corría hacia ella, en pos de ella.
Apretó el paso.
Los jirones de la gasa de su vestido le golpeaban y se enredaban en sus piernas desnudas y tenía tanto frío que los dientes le castañeaban y los labios le ardían.
El temblor se hizo más intenso, y una ráfaga de aire se movió a su espalda, acercándose.
Y algo hizo que su pecho vibrara.
Se detuvo en seco, tan abruptamente que perdió pie y cayó al suelo: sus rodillas impactaron contra la fina gravilla y se incrustaron en su piel, abriéndola y desgarrándola sin compasión. Con las manos en el suelo, sintió que la tierra seguía temblando y que poco a poco, desde un lugar muy lejano a ella, en el cielo, empezaba a imponerse una luz.
No fue hasta que esa luz lo ocupó todo que pudo entender dónde se encontraba.
Reparó en que si esa voz grave y conocida no hubiera detenido su carrera, habría caído por el acantilado que se extendía ahora ante sus ojos. Miró hacia abajo y el mar se encontraba tan lejano que el cortado en la roca no sólo era asombroso, también era tremendamente letal.
A lo lejos, un océano embravecido parecía culparle a ella de los males del mundo, y gruesas olas cargadas de espuma se elevaban varios metros por encima del agua, acercándose a la roca y moviendo con ellas también gruesas masas de aire que consiguieron despeinarla pero que sintió como un soplo de aire fresco, necesario.
Se puso en pie y observó sus rodillas, ensangrentadas. Sus manos, desolladas, temblorosas. Algo volvió a retumbarle en el pecho.
Alguien le estaba hablando.
Miró en derredor y lo vio. Lejano a ella. En otro cortado del acantilado, la figura de Flavio se detenía a escasos centímetros del borde, como ella, a punto de caer al vacío.
Él no la miraba. Miraba a la nada que en aquel caso lo era todo, miraba al mar y su cuerpo expresaba una serenidad que Samantha estaba muy lejos de sentir. ¿La estaría hablando? ¿Estaría pronunciado su nombre? ¿Por qué no podía oírlo?
Las olas golpearon contra las rocas, y en medio de ese estruendo en el que se originaron mareas, vientos huracanados y tormentas eléctricas, Samantha sintió que el corazón se le abría en dos y caía al suelo con un desgarrador grito de dolor, sujetándose el pecho.
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UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.
FanficHan pasado diez años desde que finalizó la edición más surrealista de Operación Triunfo y la vida no ha sido igual de dulce para unos que para otros. Diez años después del boom que supuso su paso por el programa, Samantha se reencuentra con un Flavi...