CAPÍTULO XXI: En La Oscuridad.

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Marit. La niña de siete años que ahora vivía en el castillo de Amcar. Con el rey Dissior y la bruja Clanmiana. A Marit le daba igual si había o no una bruja, ya no le daba miedo. Lo que la inquietaba y molestaba, era sin duda las ocultaciones de Melfos hacia ella.
Pero le aliviaba saber que tenía a su padre de verdad.
Pero Dissior tenía miedo de que ella se arrepintiera de sus actos y volviera con Melfos. Por si acaso, utilizó su poderosa magia contra ella.
Una noche mientras todo Amcar dormía, Dissior se levantó de sus aposentos y se dirigió con seguridad a la habitación de Marit, donde esta dormía.
El rey lanzó un poderoso hechizo en la niña y la cambió para siempre.
Su poder y su oscuridad no tenía límites, ni siquiera para su hija.
Ahora había perdido a su otro hijo y había conseguido algo más que una hija; un poder capaz de hacer cualquier cosa. Dissior sentía que Marit tenía odio hacia Melfos, por lo tanto, vencería.

Mientras tanto en el pueblecito, Melfos lloraba desconsolado por la pérdida de Marit. Philips estaba triste, sentado en la otra butaca, y Minna reflexionaba pensativa.
-¿Quién eres tú? - preguntó el anciano hacia esa criatura tan extraña. En realidad aún no se habían presentado. Se habían dedicado a observarse en aquel momento en las tumbas.
-Me llamo Minna, y soy un Munfo. Soy amiga de Marit y de Philips. - se presentó tímida, pero valiente. Melfos le dedicó una sonrisa dulce, y aquello fue suficiente.

Ahora todo había cambiado para todos. El futuro de Marit lo había decidido y Dissior estaba preparado para completar el viaje de su hija.
Esta estaba muy confusa. No era consciente de lo que había hecho. No se sentía ella misma y tampoco había tenido tiempo para pensar en que, sí. Ella tenía un hermano, y era su mejor amigo Philips.
Sabía como era ese rey y aún así, se había ido con él. Melfos la ha estado cuidando desde que fue un pequeño bebé. Este entendía la reacción de Marit. Pero la quería. La quería muchísimo.
-Tranquilo Melfos. Verás como todo se soluciona. - intentó Philips, al que también necesitaba algo de apoyo. Este también entendía como se sentía el anciano, podía transmitir aquel dolor a una larga distancia.
Minna estaba muy preocupada por Marit. No sabía que podía pasarle si estaba en manos equivocadas. Especialmente en las de Dissior.
-Yo no pienso volver al castillo. - se atrevió el niño de nuevo. Todos postraron sus miradas en los ojos de Philips.
-Es tu familia Philips. Tienes que volver con él. - dijo casi en un suspiro Melfos.
-¡Ni pensarlo! Me quedaré aquí. - sentenció.
-No entiendo como ha podido pasar esto. - Minna se levantó del respaldo de una silla y se dirigió hasta ellos. Ambos estaban derrotados en un sillón largo de tela ya estropeado. - Hay que ayudarla. No puede estar en este sitio tan peligroso. Tenemos que sacarla de ahí, ya. - unieron sus miradas y los tres sabían perfectamente lo que tenían que hacer.
La munfita sabía que para planear aquello se necesitaban semanas. Tenían que estar preparados para todo. Enfrentarse a Amcar iba a suponer algo más de lo que se esperaban.
Esta se marchó a reunirse con su grupo de criaturas iguales que ella. Todos eran valientes, pero no tanto como Minna. Y al estar al cargo de su mundo, nadie esperaba menos.

Cuando llegó y contó aquel desastre, todo el mundo soltó un sonido se sorpresa. Algunos, hablaban entre ellos. Minna los tranquilizó a todos, pero sobre todo, pidiendo ayuda.
Todos los Munfitos colaborarían en sacarla de allí. Incluso el zorro - que ahora vivía junto a los Munfos - se ofreció.
-¡Vamos a ya! - gritaron algunos desde el fondo de la sala de reuniones. Muy pocas veces utilizaban aquella enorme sala, pues nunca habían salvado a nadie.
Aquella habitación brillaba por velas que encendían en la paredes de corteza. El olor a madera y a cera impregnaba cada rincón. El lugar era cálido y acogedor. La puerta de entrada estaba hecha de ramitas de árboles, o corteza que se desprendía de algún tronco ya viejo.
En cada tronco había agujeritos muy pequeños que utilizaban los munfos para observar desde fuera. Eran como ventanas de madera. Por la mañana, la luz del sol traspasaba aquellos agujeros, entrando en la sala y en las casitas de las demás criaturas. Y por la noche, la luz de la luna blanca se colaba dejando un pequeño resplandor. A veces, ni siquiera hacía falta encender las velas.
Los munfos habían hecho una pequeña cueva para el animal. A este le encantó cuando se la enseñaron y se pasaba todo el día metido en el agujero. Al menos estaba acompañado.

Pero cuando llegaba la hora de reunirse para cualquier problema, la luz, la calidez y aquella magnífica decoración, daba exactamente igual.

Flores de invierno IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora