Baje al kiosco por un paquete de cigarrillos y una botella de Gatorade, con intenciones de sentarme en la terraza y llorar un rato. Y culpar a mi depresión del consumo de cigarrillo. Al final subí sin nada, no me animé. En vez de eso me preparé un yogurt y me senté a comerlo mientras escuchaba reggaetón en el teléfono, bien malota.
El sol me pegaba en la cara y tenía que achinar los ojos. Y me di cuenta que con el sol en mi mejilla y el viento acariciando mi nuca, todo estaba bien. Y esa sensación se sentía tan linda. Había tanta paz. Tanto que quería compartirlo con él. Amague a mandarle un mensajito " el sol está re lindo, subí si querés". Pero mi orgullo no me dejó.
Tenía ganas de compartir ese momento y a la vez quería estar sola. Tenía cosas que pensar. Estaba rota y confundida. Había cosas que tenía que arreglar. Cómo el cristal que se va rajando poco a poco y de repete explota, y se parte en mil pedazos. Pedazos que lastiman. Así me sentía, lastimando a todos los que tenía cerca. Pequeñas cortadas pero dolorosas, como esas que te haces con el papel. Tan chiquito y tan doloroso.
Y no quería sentirme así, no quería estar rota. Pero principalmente no quería lastimar a nadie. El problema es que lo que se rompe no es fácil arreglar. Me preguntaba si podría repararme alguna vez.