Capítulo 23: Camila/ De la felicidad a la desgracia.
A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd
–Alphonse de Lamartine
Al día siguiente, durante el desayuno, la situación en la casa estaba muy tensa. Lauren apenas me miraba y tenía los ojos rojos de haber estado llorando. Necesitaba hablar con ella pero no se separaba de su madre y hermanos, y a su vez, no podía simplemente pedirle algo sin que Madre estuviera vigilándome y que mantuviera mi promesa de que ya todo se había acabado con Lauren.
Sophie directamente no bajó de la habitación; parecía como incómoda desde el regreso de Joseph; solo apareció para decir que iba a visitar a un amigo y me quedé mirándola de forma extraña como… ¿Qué diablos está pasando aquí?
Luego del desayuno, Lauren me miró durante un momento y le hice una seña con la cabeza para que me acompañara al establo. Por las dudas, salí primero, echándole un ojo a Madre para ver si seguía mis pasos pero ella estaba tan metida para adentro como el resto de las personas en la casa.
Caminé con las manos en los bolsillos; aquella mañana hacía muchísimo frío y el cielo estaba nublado, sin dar ninguna señal a que pudiera salir el sol. Supuse que todo el día nos acompañaría el clima frío y seco junto a la tensión dentro. Necesitaba hablar con Lauren. ¿Acaso tenía novedades de su Padre? ¿Le había pasado algo?
Sonreí cuando me paré frente a la habitación donde tan solo hacía unas horas, habíamos hecho el amor. No me imaginé qué sería tan perfecto, aunque para vernos tuviera que ser a escondidas. El riesgo lo valía.
De pronto, escuché unos pasos detrás de mí, que sigilosamente se me acercaban y lancé un suspiro.
- Lauren, te estaba… -Pero al darme la vuelta, vi el rostro de Joseph. Me quedé congelada, con los ojos grandes como dos platos y la boca bien abierta. Él sonrió de costado.
- Lo siento, ¿Esperabas a Lauren?
- Nn… bueno, algo así –Desvié la mirada, con las mejillas rosadas a causa de la vergüenza. Dios, podría haber dicho cualquier cosa y ahora Joseph sabría de lo nuestro.
Él miró alrededor y lanzó una corta carcajada.
- No ha cambiado mucho –Lo miré asintiendo, aunque en realidad no sabía en qué estado estaba el establo cuando Joseph se unió a las tropas-. Allí solía dormir yo –Señaló la puerta donde me encontraba y mi corazón dio un vuelco.
- ¿A…aquí? –Pregunté tartamudeando. Él asintió. Dios… Las velas y las sábanas, los almohadones… todo estaba allí. Era la evidencia perfecta para incriminarnos, para descubrir lo que había pasado anoche. Joseph amagó a entrar pero se dio cuenta que la puerta estaba bajo llaves. Por un momento, suspiré aliviada. Necesitaba que Sophie me las diera para limpiar cualquier cosa que pudiera hacer sospechar un encuentro amoroso, fugitivo. Pensé que iba a ser nuestro lugar preciado, secreto. Demasiado perfecto para ser real. Y ahora él había vuelto y seguro reclamaría su antiguo cuarto. Me miró frunciendo el ceño, escudriñándome con la vista. Carraspeé e intenté sonar natural y sin prisas-. Pensé que dormías en la casa.
- A veces… el clima en casa no era exactamente bueno, entonces este era mi refugio, mi lugar de escape… -Sonrió nostálgico. Parecía que siempre había sido el refugio de alguien. Rió echándose el cabello hacia atrás-. ¡Dios! Recuerdo la primera vez que traje a mi novia aquí y me miró espantada. Recuerdo que me dijo: ¿Esta es tu idea de una cita romántica? Pero no entendía que para mí, el cuartito era perfecto y quizá todo lo que podría darle por el momento.