El sueño

Capítulo I

Mis ojos arden, queman mientras se mueven frenéticos, como locos, de lado a lado e incluso hacia arriba y abajo pero aún así no logré abrirlos. Sin importar cuánto lo intentara.

Lágrimas de frustración descienden por mis mejillas, el tiempo pasa pero yo sigo en la misma posición. Con el sonido de agua cayendo, como si de una fuente se tratara. Se la escucha a la lejanía, o al menos lo suficiente como para no sentirla salpicar contra mí.

De a poco ese sonido se vuelve cada vez más fuerte, más intenso, más ensordecedor. Es como si esa fuente se acercara a mí o yo a ella.

Los minutos pasan y mi cuerpo no responde, no logro ni siquiera levantar un dedo o abrir los ojos. No puedo.

Mi pecho sube y baja con tanta fuerza que duele, el miedo se vuelve parte de mí con cada segundo que pasa. Se arraiga dentro de cada nervio y de cada músculo de mi cuerpo.

El eco de mis lágrimas cayendo, del agua chocando contra si misma, de mi respiración agitada todo se vuelve más fuerte, mucho más intenso e insoportable. Es un caos de ruidos que se magnifican cada vez más, algo tan malditamente frustrante que logra un fuerte dolor de cabeza.

A este punto solo aumenta el dolor, y mis ganas de sacarme los tímpanos con mis propias manos. Sólo aumenta la impotencia de no poder hacer nada ni poder saber qué es lo que ocurre.

Un grito de dolor e irá acumulada se construye en mi garganta y no logro dejarlo ir ni este logra hacer su camino hacia afuera.

Al menos ahora somos dos aprisionados.

Mi piel se eriza, algo cambia. Puedo sentirlo, sin embargo me toma desprevenida cuando al fin sucede.

No sé cuándo, ni cómo pero el sonido se detiene, todo para. El dolor insoportable se detiene, dejando un leve pitido en mis oídos.

No hay eco, no hay agua, no hay ni siquiera una respiración proveniente de mi cuerpo. Un silencio sepulcral se asienta en el lugar, siendo igual o más aterrador que antes.

Mis ojos se abren de golpe, se abren y me arrepiento al instante. Si antes tenía miedo ahora estoy aterrada.

Mis ojos están a centímetros de mi cuerpo, es como si flotara sobre mí misma y de alguna extraña forma estoy sostenida de la nada. Una lágrima se derrama desde mi mejilla hasta estar sobre mi rostro o al menos el que está debajo de mi.

Intento moverme y sorpresivamente lo logro. Miro hacia un costado y no hay nada más que oscuridad profunda, lo hago hacia el otro y es entonces cuando lo veo. Un aro de luz, casi como un reflector.

Intento colocar mis brazos al costado del cuerpo y fallo, hay un líquido resbaloso en lo que parece ser el suelo. Mis manos se sienten viscosas, una ola de pánico me aturde al sentir el aroma oxidado a ese líquido carmesí impregnado en mis manos.

Entonces pasa, caigo sobre el cuerpo inmóvil en el suelo, puedo sentir como cada parte frontal de mí esta cubierto de ese líquido. Al lograr alejarme puedo ver cómo debajo de mi versión quieta un charco se forma, la sangre brotaba desde su cuello y algunas otras partes de su inerte cuerpo, rodeándola por completo.

Entre mi confusión, el sonido de las gotas cayendo al agua vuelve para sacarme del trance en el que me envuelvo, una tras otra en un rítmico eco. La luz parpadea un par de veces hasta no volver a prender. Solo somos el agua, mi respiración, el cuerpo y yo.

Intento calmarme, recuperar la tranquilidad pero es casi imposible. Tomo unas cuantas respiraciones profundas y con un débil y fugas golpe de valor me dirijo a dónde se supone que había luz hace unos instantes.

Intento ponerme de pie, pero mis piernas fallan. Están tan temblorosas que me desplazo arrastramdome hacia donde sea que vaya.

La sustancia en el piso se pega a las partes de mi cuerpo expuestas, pero lo alarmante no es su consistencia ni el olor nauseabundo que despide lo alarmante es que cada vez va cubriendome más y más. Como si se hiciera más profundo.